Bajos fondos
Emiliano Trujillo Sánchez
A la querida memoria de Adelaida (Mine) Sarabia
Prólogo del autor
¿Qué escribiría Pocaterra?
En vista de las numerosas invitaciones que en mi pueblo he recibido a rebajarme al nivel de quienes tales invitaciones, con alaridos de hienas, muecas grotescas, miradas que oscilan entre la fijeza tenaz, preñada de ofensas, hasta la ojeada despreciativa, y demás, no dejan de extender…, he decidido partirme el coco: pensar cuidadosamente cada una de las palabras que a estas vienen en saga.
Solía ser, antaño, distintivo de la privilegiada clase social a la que pertenecía quien hiciese gala de un acervo cultural compuesto de la reunión de importantes lecturas, tal era uno de los distintivos. Podía verse, sin embargo, gente arruinada por sus negocios ruines o los de su familia; podía verse a alguien venido a menos, aferrándose a la compleja referencia literaria, el sagaz comentario con que buscaba distinguirse, distinguir su privilegiado acervo cultural sin que esto en modo alguno impidiese ver las dificultades económicas que le habían trasladado a algún vil escenario donde además resultaba apropiada - ¡justa y necesaria! – su presencia. No obstante, incluso para fingir elevación de aquello en lo que se había caído, era necesario recitar, en latín, de ser posible, algún pasaje escrito por Boccaccio.
Ahora cualquier analfabeta o analfabeta funcional se distingue si, como antaño, puntual , asiste a los exclusivos festejos a los que quien no asiste pasa a ser mal comentado por numerosos analfabetas o analfabetas funcionales que le consideran y comentan arruinado, excluído, aquí no cuadra. No hay ni que saber leer para lo que hoy en día se denomina “firmar”.
¿Qué habría escrito José Rafael Pocaterra de los ruines negocios de gente que ni siquiera se esfuerza por camuflar su vulgaridad? La casa de los Abila, entre otras de sus Master peaces, devela el voraz apetito de los integrantes de la clase social dominante del período Gomecista, devela su voraz apetito por el capital requerido para asistir de etiqueta a las galas donde, como se ha dicho, quien no asistía, además de perder la oportunidad de lisonjear a alguna autoridad empresarial, política o eclesiástica, pasaba a ser objeto de comentarios tales como que “está arruinado”. Mas, devela, Pocaterra, éstos apetitos, recreando el vocabulario, “las maneras”, con que se le pretendía camuflar, al voraz apetito, digo.
Hoy en día, a despecho de analfabetas y analfabetas funcionales que asisten a brillantes galas en lujosos urbanismos y exclusivos locales. A despecho de éstos, cualquier analfabeta o analfabeta funcional en la plaza Bolívar de su pueblo, con dos litros de Anís Cartujo, na bolsa e perico, un cripy (en porte de tal mercancía para, justo ahí, consumirla o venderla), conociendo el vocabulario que por una lacra debe ser empleado, con la disposición de agraviar a quien vaya pasando, a quien haya tenido la mala idea de detenerse en su plaza, especialmente tratándose de mujeres, al menos una mujer que le recuerde cuán despreciable luce, porque lo es y por esto último, asqueado por sí mismo, dolido por ello, la aborda o al menos eso intenta consiguiendo únicamente incrementar su dolor puesto que la mujer lo ignora e ignorándolo se va y al verla escapar, al no poder retenerla puesto que, yendo o no acompañada por el hombre a quien tal villanía pretende también ofender, yendo o no acompañada algo de respeto siente por sí misma, desesperado, haciendo perfectamente presumible lo que le haría si estuviesen donde nadie pudiera oírla gritar, le grita: “¡¿Eres sorda, también?!”, con la disposición, el feroz deseo de amedrentar y obtener de la persona a quien se consigue amedrentar lo que amedrentada se deje quitar e incluso hacer…, adquiere un envidiable prestigio quien en cualquier plaza Bolívar, con su curda y su droga, tales atributos reúne.
Se puede trabajar con éste material, mas, ninguna máscara debe ser tumbada. La vulgaridad tiene el control.
Sábado 19 de abril 2025
Plaza Bolívar de San Antonio de Los Altos
“El sentimiento ciego de la venganza y el agravio, capaz de destruír todo e impotente para crear algo”
Maxim Gorki
La madre
"Que yo voa subí
Y usté va bajá"
Celina y Reutilio
San Lázaro
"Este lenguaje es lo ininteligible en lo tenebroso; rechina y cuchichea y completa el crepúsculo con el enigma. La noche mora en la desgracia, pero es aún más tenebrosa en el crimen. Éstas dos negras sombras amalgamadas componen "el caló". Obscuridad en la atmósfera, obscuridad en las acciones, obscuridad en las palabras. Espantosa lengua reptil que va, viene, salta, babea y se mueve monstruosamente en esa inmensa bruma obscura, compuesta de lluvia, de noche, de hambre, de vicio, de mentira, de injusticia, de desnudez, de asfixia y de invierno; mediodía de los miserables.
¡Compadezcamos a los castigados! ¡Ah! ¿Qué somos nosotros? ¿Qué soy yo que os hablo en éste momento? ¿Qué sois vosotros que me escucháis? ¿De dónde venimos? ¿Estamos seguros de no haber hecho nada antes de haber nacido? La tierra no deja de tener semejanza con un presidio ¿Quién sabe si el hombre no es más que un sentenciado de la justicia divina?.
Mirad la vida de cerca y veréis que es tal, que en toda ella se encuentra el castigo.
¿Sois lo que se llama un ser felíz? Estáis triste todos los días. Cada día tiene su disgusto y su pequeño cuidado. Ayer temblábais por una salud que os es querida, hoy teméis por la vuestra; mañana tendréis una inquietud por el dinero; pasado mañana os inquietará la diatriba de un calumniador; el otro la desgracia de un amigo; después el tiempo que hace; después cualquier cosa que se rompa o se pierda; después un placer que la consciencia o la columna vertebral os echan en cara; otra vez, la marcha de los negocios públicos. Y ésto sin contar las penas del corazón y así sucesivamente...y, sin embargo, sois del pequeño número que goza de la felicidad. En cuanto a los demás hombres, la eterna noche se cierne sobre ellos "
Víctor Hugo
Los Miserables
I
A cada lado de la inclinada pendiente, misma a la que se accede por una “discreta” bocacalle – discreta puesto que, sin haberlo visto no hay quien se imagine… - a cada lado de ésta se precipita el caserío: casas bonitas, de paredes encaladas y platabandas de tabelones con sus dorsos asfaltados, con aleros de machihembrado o extensiones del techo sombreando, también, los porches con sus muebles disecados y macetas alineados encima del pretil de algún barandal o sobre una tapia baja; casas de clase media baja, con más de medio siglo de haber sido construidas por la constructora que vendió sus casas incluyendo en su publicidad la zona como parte del valiosísimo patrimonio adquirido por cada nuevo, privilegiado propietario. Casas bonitas, de clase media – hoy: media-baja – transgrediendo en sus parcelamientos la exagerada perpendicularidad de la calle a cuyos costados precipítanse.
Al pié de la estrecha callejuela da inicio un terreno aplanado, mas, no pavimentado: una ladera del cerro cuya falda parece sostenida por la hilera de viviendas construídas con tablas y planchas de zinc, una que otra levantada en bloques y cemento, con puertas y ventanas obviamente halladas en montones de escombros, improvisadas con tablas u otros materiales negligentemente calados al rectangular espacio de acceso a las viviendas cuyo piso – exceptuando unas pocas – es la misma tierra de la ladera barrenada para colocar ésta hilera de ranchos que, más bien, parece una negligente estructura de contención para la falda del cerro que se yergue, amenazante, sobre estos, mismo a cuyo costado se precipita un caserío – casas bonitas entre una y otra margen de la inclinada pendiente a cuyo pié se extiende un barriecito que, quien jamás ha entrado por la bocacalle, no podría imaginar…-.
Aperturando su propia historia, una Convy se desvía del camino a cuyo costado se asoma la bocacalle, dejándola atrás, así como a las casas que a lado y lado van pasando en tanto la inclinada pendiente – el descenso a través de ésta – genera en el emprimerado vehículo un fuerte ronquido y una sensación vibratoria en las nalgas y el dorso del conductor y dos pasajeros.
La mujer – uno de los dos pasajeros – va satisfecha; se ha hecho de dos hombres – uno de éstos con vehículo propio – para que la ayudaran a sacar el colchón y la oxidada cocina eléctrica de otra vivienda donde tales enceres habían estado secuestrados a partir del momento en que decidió separarse del padre de la bebita que lleva en brazos: un hombre considerablemente mayor que, justo como la figura paterna por la que tal fijación tiene, gusta de las jovencitas cuyos padres no choquen con la idea, el hecho de que sostengan relaciones con hombres mayores que, además - ¡con suerte! – puedan preñarlas y mantenerlas ya que de otro modo – abandonadas con su joven barriga – tendrán que arreglárselas por sí mismas: conseguir trabajo u otro u otros hombres que, por sus servicios, puedan ayudarlas con algo. No pocas veces – en entornos tan insalubres – la figura paterna funge de proxeneta; a un hombre de su edad o mayor, le vende la hija sin que ésta, por aquello a lo que se ve forzada, reciba el honorario que al padre – en otros casos la madre – le ha sido cancelado con droga. Es lo cierto que tales abusos acaban por insensibilizar a la niña que al ir creciendo, inconscientemente, desea ser una mujer como las que siempre ha visto donde se ha venido criando, presenciando discusiones, peleas maritales que derivan en golpizas e incluso – posteriormente – violaciones que, ¡peor aún!, evolucionan a una lascivia consensuada en presencia de los niños, las niñas…,. Quiere ser la mujer de un hombre como el padre o sus amigos, quiere ser la madre de hijos a quienes tratará y dejará que otros los traten como también ella fue tratada, mas, en otro sitio ya que lo único que la ira, claramente, le permite ver es la imperante necesidad de abandonar todo aquello. Asimismo - ¡de seguro! – le encantaría que fuese un apuesto, culto y adinerado joven el que llegase a rescatarla. No obstante, sin importar cuánto algunos hombres trabajan, cuán respetables tórnales lo adinerados que hayan podido llegar a ser, no pocos resultan sencillamente viciosos de la mercancía humana vendida en éstos arrabales y si son mediana o sumamente cultos y sienten algo de respeto por sí mismos ni siquiera piensan en acercarse a mujeres –jovencitas- que, ¡bien lo saben ellos!, únicamente gustan de pobres o adinerados – les da igual – tratantes de esclavas, y con éstos mismos –aunque luego las boten- acabarán ellas burlándose de quien no haya visto venir tan desilusionante final o de quien no haya tenido la inexplicable determinación de mantenerla a su lado siendo –consecuentemente – lo contrario, la antítesis de aquellos a quienes no permitiera intoxicar la relación que, por ellos, no perdería; hombres a quienes –de modo ciertamente machista, cual si fuese ella una propiedad- ignorará en lugar de recriminarle, a su mujer, que los conozca. De esto último, quien –carente de los recursos para llevársela- no resulta capaz, irremisiblemente viene a ser objeto de burlas por parte de ellos; él y ella.
Va satisfecha, ilusionada y con muy pocas probabilidades de una desilusión. Será vista llegando en un carro cuyo conductor –el dueño- así como el otro hombre que viene a bordo, ¡frente a todo el mundo! – “Ojalá todos vean”- cargarán las cosas, la cocina, el colchón. No habrá quien lo dude: tiene pueblo, hombres. No será hoy que salga de ahí para no volver. Ello no obstante, sus hombres cargarán las cosas, harán que se vea respaldada; verá ¡todo el mundo! que, así como lo hacen otras, ella no habla paja cuando dice conocer otro mundo, un mundo mejor al que, todos, por lo que verán hoy, considerarán posible que se vaya y sentirán la misma impotencia que siente ella cuando piensa que no lo conseguirá, cuando todo el mundo dice lo que ella está pensando y el odio por sí misma –por no tener el cuerpo y la cara de las mujeres cuyas piernas, en los tobillos, no tienen las manchas de quien ha pasado su infancia y adolescencia entre charcas cenagosas, mujeres cuyas nalgas lucen erguidas, no como un espacio plano alineado al resto del dorso que, entre los hombros, por la mala postura, luce ligeramente encorvado- …, y el odio por sí misma, ¿cómo no hacerlo?, inconscientemente, lo dirige, lo siente por la comunidad. Así como la madre, mas, sin disimularlo, la bebita que lleva en brazos, va disfrutando de un juguete nuevo: el vehículo, la comodidad, el panorama que contempla embelesada. Como la madre, será bonita.
Al penetrar caminando la vecindad se atraviesa una magra vereda de tierra cuyas márgenes, una bordea la fachada de los ranchos en tanto la otra bordea una leve depresión que se extiende a otro palmo del terreno en que otras viviendas, dispersas, conversan, frente a frente con las ya mencionadas. La vida en estos arrabales transcurre agitada; no hay discusión, intercambio de insultos que no atraviese hasta la última pared, ni, por ello, sobresalto alguno. Regularmente llega una patrulla, una puerta es pateada y alguien se va con los ganchos montados, tampoco esto sorprende. No hay espanto desconocido ya que mujeres y niños son también hijos y esposas de una que otra espantosa criatura.
Quien conduce la Convy –su dueño- al estacionarse mira todo con una expresión que dificulta determinar si le sorprende ver aquello o, por el contario, lo halla comprometedoramente familiar. De ancho torso y estatura considerable y un mentón cuya amplitud hace que la cara se vea cuadrada. Visible des uniformidad proyecta frente a la magra figura de su otro pasajero. No obstante le había dicho –al flaco- que solo iría si él también iba
II
Quien no ha superado la ruptura se siente incompleto. La vida propia que no tiene cree poder llegar a tenerla consiguiendo toda la información que resulte posible obtener de quien le ha dejado. Es el caso –en numerosas ocasiones- que el mendigo de cualquier chismesito, ¡lo que sea!, vuélvase objeto de burlas, de modo que, difícilmente, una que otra persona, con miras a que el afectado –traumatizado- por la ruptura, como un aparato al que se le activa una determinada función, empiece a hablar; difícilmente una que otra mala persona dejará de insinuar el tema. Pulsará el botón y verá, oirá, fascinada, lo que diga el robot, ya que lo parece. Curiosamente, la febril descarga del chisme la realiza el mendigo con miras a obtener algo más, ¡lo que sea!; en quien le da la impresión de saber algo, cree poder activar su disposición de decirlo. La mujer, oyéndole hablar, saborea su conciencia de ¡cuánto lo desprecia!, saborea el desprecio que, ante tal demostración de patetismo, encuentra satisfacción.
Lo único agraciado en la mujer, quien preside –para el visitante- la reunión en el rancho..., lo único agraciado en ella es la sedosa, larga y rubia cabellera que, similar a un velo corrido hacia atrás se precipita hasta la base del dorso. Asimismo, los ojos verdes cual si fuesen esmeraldas, otorgan a quien –para el visitante- preside –justifica- la reunión, cierto aire caucasoide; una francesita no muy agraciada, eso parece con el cutis visiblemente ahuecado, como superficie lunar, la nariz un tanto chata cual si fuese de arcilla y dedos inexpertos excesiva presión hubiesen aplicado a su moldura. Sin embargo la pequeña boca, el delicado mentón y eso que, con indeleble impresión, marca el encanto de toda mujer: su sonrisa (¡esa droga!), así como su esbelta figura hacen de ella la única y exclusiva razón por la que dicha reunión se lleva a cabo. El hombre con quien vive es de una delgadez enfermiza, con un cráneo literalmente en forma de cubo, frondosas cejas, prácticamente unidas en medio como una larga oruga y la boca, de labios tan delgados que parece más bien una cortada por demás tan ancha que va de un extremo a otro de
la cara. El cuello muy largo, asimismo el resto de sus extremidades que sostienen –las piernas- y cuelgan –los brazos- a los costados de un tronco que parece doblarse bajo el peso de la cabeza.
El otro rancho donde solía vivir antes de mudarse, antes de tomar sus cosas y reubicarlas en el rancho vecino, junto con El ruso –tal es el inexplicable apodo del hombre anteriormente descrito-, solía ser marco de contemplación de los mismos elementos decorativos ahora expuestos en las paredes e improvisados muebles del nuevo vestíbulo: pinturas, adornos de mesa que al visitante le recuerdan el apartamento donde solía visitarlos; la mujer tiene un hermano que actualmente se halla en cana siendo ésta la principal razón de su mudanza. No mucho ha desde que Al*** fue aprehendido ahí mismo, donde fueron a buscarlo; anunciándose como ¡la policía! patearon la puerta dejando claro que a patadas la abrirían si no lo hacían ellos. Por un robo del que se le acusó identificándolo –posiblemente- con algún video de seguridad, también por el valor de lo que había sido hurtado y, principalmente, debido a que ninguno de los ranchos, en el resto de la comunidad que los circunda, se considera propiedad privada o en su defecto un espacio cuyo inquilino, solvente con su elevado alquiler, goce de algún derecho ciudadano. Debido a estas cosas, como si supieran en qué barril debían buscar al pez, fueron por él. Necesario es apuntar que de tal guisa procedían los caseros en casos tales como el de un inquilino que viviese ahí con su mujer y fuese ésta lo suficientemente atractiva como para ser, también, causa del violento golpe en la puerta al que le venía en saga la expresión que sigue: “¡Es la policía!”, tratándose, de hecho, del casero que, pretendiendo ser jocoso, disponíase invitarles a una reunión en su rancho (invitación que al no poder ser declinada era más una imposición, una orden) ya fuese para oir la prédica de algunos misioneros, de esos que parecen tener un radar o realizar búsquedas satelitales de estos espacios donde nunca faltan sus piadosas visitas…, ya para que fuesen a oir una prédica, ya para beber, fumar…,. Dependía, claro está, de qué clase de personas el casero marcaba como presas. Ya viciosas, ya religiosas, ¡no importaba!, lo único importante era lo patéticamente tolerantes que pudiesen ser a un golpe en la puerta que anunciara la presencia de la policía; mentes débiles, para esto los caseros –dos hermanos- tenían antenas. Uno de ellos resultaba más propenso a la invasión, el ultraje de un ambiente familiar endeble. Su hermano, crisiado, de vez en cuando y con violencia, allanaba el rancho de quien, ¡lo sabía!, tenía cigarrillos. Con o sin dinero, acabar ahí era sinónimo de haberse ido a menos; aquello no era pobreza, sino miseria. Ignoraba, aún ignora, el visitante, la razón de que, tan vertiginosamente, desde aquel bonito apartamento, se vinieran a menos, ¡a tal miseria!. Por otro lado, secretamente admira la presencia de ánimo que no pierde la mujer a quien regularmente visitaba en el rancho anterior lo mismo que en este rancho al que la frecuencia de sus visitas ha disminuido considerablemente; ahora vive con El ruso. Admira la forma en que aborda, la mujer, cualquier otro tema que no sea la tragedia, el huracán en cuyo ojo se halla, puesto que lo hace, consigue hallarse ahí, lo acepta o a lo menos pretende hacerlo. “Yo no tendría que salir corriendo” piensa el visitante “ni de broma traería mis cosas, ni de broma vendría a vivir aquí, no me hallo ni pensándolo”. No se ha visto, sin embargo, en una situación como ésta. Por ello ha de ser; por ello, secretamente, admira la presencia de ánimo que otros no pierden. Sabiéndose afortunado ya que, no habiendo podido enviarlo de regreso al manicomio, debiendo negar lo que –intentándolo- han hecho, tampoco pueden echarlo a la calle, le necesitan ahí donde, al hacer otro intento, si resulta exitoso, igualmente discreto será. En tanto siga activo, haciendo su trabajo, manifestándose dispuesto a denunciar los horrores que a diario les recuerda, en tanto el chantaje se mantenga, también él se mantendrá en la casa; no quieren que se vaya, no a otro sitio que al manicomio. Bien podría, todo lo anterior, considerarse una irrefutable miseria; “No entiendo cómo puedes vivir así” le han dicho varias personas. Nunca responde; tantos malos recuerdos derivan en no saber qué decir “No puedo darte una respuesta decente para eso” es lo que suele decir “Solo piensa, si resulta tan necesario que esté allá y no soy como los locos que no tienen familia que los atienda… ¿por qué sigo aquí? ¿qué loco chantajea a nadie para no ir al manicomio? Además, siempre dicen que debo estar allá, ¿tú les creerías si te dicen que me tienen como el loco de la casa?. Sé que lo dicen, sé que hablan de un hermano de mi abuela, un tío abuelo mío que estaba loco, mas, mi bisabuela se negó a separarse de él. Ahora, por ese mismo fantasma, es que mi abuela, más de una vez, ha dicho “¡Llaman pa que se lo lleven!”. Si no consiguen encerrarme podría ocurrírseles decir que sucedo a mi tío abuelo, mas, ¿tú les creerías?. Ciertamente cínica es la forma en que responde a quien le pregunta ¿cómo puede vivir así? Y, pensándolo bien, igualmente cínica, fría, lógica, sería la respuesta de cualquiera de estos habitantes si les interpelara con la misma pregunta, por ello no lo hace. No obstante, halla terrible, asqueroso, todo esto; una indiscutible falta de respeto por sí mismo le impele a seguir viniendo.
“Imbécil”, piensa la mujer. Lo desprecia, espera con avidez enterarse de que fue encerrado. Lo conoció en 2003, en Parque Miranda, cuando asistían a las terapias grupales de La Fundación…,. No fue sino hasta 2008 que volviese a verlo ¡y qué bien se le veía!. Era el notorio parrillero en la motocicleta de una mujer bastante mayor que él. Una mujer de la que, antes y después de la ruptura, el imbécil no dejaba de hablar.
Es lo usual o, más bien, lo fatal, que, debido al hábito de usar la droga, el drogadicto, a diario fatalmente reunido consigo mismo, vea romperse dicha reunión; es lo usual que no se halle a menos que consiga calarse a la imagen de sí mismo, usando la droga, el drogo que lo llama y no se reunirá con él a menos que cuadre algo. Sucede entonces que, mientras haya droga se halle tranquilo, conforme de la imagen de sí mismo con la que se reunió junto a quienes consiguieron lo mismo: tienen la droga y con quien reunirse; por fin se hallan los fantasmas que agruparon unos cuerpos desalmados a los que estuvieron convocando, proyectándoseles como el único futuro que debían pensar en hallar. Es lo usual -¡fatal!- que quien, de ese grupo, consiga novia la lleve a conocerlos. Así, pues, la novia de este imbécil, apartando a los que ya conocía, púsose en contacto con los que él, en sus reuniones, le presentó. Pocos logran entender que su alucinante cólera al momento de la ruptura y cada momento posterior a ésta, pocos logran entender que es a sí mismos, por su patetismo, por abrir las puertas de cada fiesta usando como llave a la mujer por la que su presencia era tolerada. Es a sí mismos a quienes odian. Todo ha sido por la droga y no lo saben. La gente falsa, irrespetuosa, que ahora les obsesiona, su trato con ellos debióse a su propia falsedad, su falta de respeto por sí mismos. Ligeramente conscientes de todo lo anterior, solo pensarían en huir de todo espacio en que se proyectasen, cautivos, los espectros ya que, eso, ¡espectros!, pareceríanles. Sin embargo, inconscientes, por la droga, buscan a quien les ha cortado, a quien crean que pueda saber…, alucinan de cólera frente a todo aquel que, sonriendo cínicamente consigue proyectar en ellos la misma cólera que sintió, siente al verlos; sentimiento profundamente doloroso es la envidia; es un dolor por el que quien lo sufre responsabiliza a quien se lo ocasiona y no pierde oportunidad de vengarse puesto que el dolor es suyo, él es la víctima, tiene derecho a llevar a cabo el daño que le satisfaga, doloroso sentimiento es la envidia.
Para cuando volvieron a encontrarse, su relación con aquella mujer poco distaba de la ruptura que tan fuera de centro, por tanto tiempo mantendríale. No obstante esto, era todavía, la relación, lo suficientemente visible; la calle los veía, estaban juntos. Habían superado una engorrosa situación que derivó en unos derechos de autor expedidos por el servicio autónomo de propiedad intelectual a principios de 2009. Sucedió entonces que el imbécil creyera que podría venderlos a un alto costo, ser rico y famoso con un solo guión que, además, no era sino de cortometraje, ¡imbécil!..., y acudiese a ella, quien creyendo en él –error, este último, del que se arrepentiría siempre- lo recomendó en el canal, donde su locura realizó una peculiar, ¡inolvidable actuación!. J*** Morandino, la entonces coordinadora general de aquel centro de convergencia de grupitos-politiqueros-snob –rasthas, hípsters, raperos, come gatos, hippies, fanáticos practicantes de cierta secular, milenaria tendencia: la inquisitiva evaluación del nivel de compromiso con la causa y el nivel de popularidad que tenía o podría llegar a tener aquel que, según los resultados de la evaluación estuviese ¡o no! invitado a su exclusiva revolución . Más de una década después, esos mismos fetichistas del ostentoso y lascivo derroche se volverían la razón por la que la oposición venezolana seguiría, como sigue, sin poder derrocar al gobierno. Los líderes de la oposición, ricos de cuna, con apellidos que se oían en tiempos de Bolívar y compañía, plenamente convencidos de su superioridad racial y cultural sobre lo que les criaron para considerar que era una negrada, nacida para servirles, palidecerían de ira frente a tan grotescas demostraciones de opulencia y dicha indignación tornaríase en el combustible de una rabiosa iniciativa (campaña) referente “al cese de la usurpación” etc, etc, lo que les llevaría a recibir dinero de la comunidad internacional, de los norteamericanos y la unión europea que siempre se quedarían esperando los resultados de operaciones que en Venezuela no se llevarían a cabo puesto que los encargados de administrar, internamente, los recursos…, indignados por los apoteósicos festejos de la negrada, ofrecerían sus propias fiestas, mismas que no acabarían hasta que no hubiese ni para una fría ni mucho menos para retomar el proyecto…, deberían, pues, seguir en campaña, a la espera de más recursos que, sin poder aguantarse, ¡indignados por la vulgar ostentación!, volverían a gastar, dándole al país la imagen de un adicto que en la entrada del barrio le dice a otro: “Dame los reales y espérame aquí”… ahí se quedarían los norteamericanos y la unión europea, esperando…,. - a la, entonces presidenta del canal exhortó a que lo escuchara. Confiando, pues, en ella, J*** Morandino lo hizo pasar a su oficina.
¡Tú!- exclamó al verla, días después - ¡Tú me dijiste que escuchara a ese tipo!-
Silencio
Llegó con esa mirada desorbitada y la clavó en mí como sobre una presa acorralada – hizo una pausa en la que parecía visualizar, indignada, lo que había visto y oído. Respirando pesadamente se fue calmando y retomó su narración – Me parece estar viéndolo… con todos esos papeles en la mano, borradores… ¡camina por ahí con borradores y los quiere presentar como proyectos!, ¡le brillan los ojos por lo seguro que se siente de que su discurso, su muela interminable, va a ejercer un control mental sobre uno! Te acerca la cara, ¡sentí su aliento en mi cara, Dios mío! – hizo otra pausa para volver a calmarse- Me mandó también un correo… - negó con la cabeza, abismada - …un correo escalofriante; ¡no me impresionas! Fue una de las mariconadas que escribió, como si se estuviera dirigiendo a un hombre, ¡como si tuviera bolas para hablarle así a un hombre!- alzando la mano hizo un ademán de “alto” – Está bien… - siguió diciendo – en una reunión anterior me dijo que “era un publicista”… y me reí apenas salió de la oficina, seguramente me escuchó – reiteró su ademán – está bien, eso fue descortés pero ¡qué carajo!... yo estudié en la UCV, a mí un loco sin bachillerato no me va a monologar en la cara, haciéndome sentir hasta su aliento, ¡acorralándome!, y de paso… - alzó ambas manos ilustrando unas comillas- “Él es publicista”… ¡un loco de mierda es lo que es!... Yo, hermana, le tengo miedo… -
A propósito de su última sentencia, con miras a convencerlo de que, si, estaba loco, una amiga de J*** Morandino le refirió un encuentro que tuvo con ella:
Andaba con unos escoltas- empezó a decir- Esa era la comunidad que me había sido asignada…, a mi comunidad no vas a entrar con esos escoltas, le dije… y me dijo que andaba con ellos por ti… -
Eso jamás llegó, por él, a ser confirmado y, haciéndole justicia, la mujer que se lo dijo, en numerosas ocasiones sonrió dulcemente al topárselo; fue él, cuya manifiesta inseguridad era también su ignorancia de cómo mantener una conversación en la que no se lleve la contraria en absolutamente todo; fue él quien la desilusionó y posteriormente la encolerizó, ¡queda dicho!.
Retomemos, pues, el hilo…,. El poco tiempo que a su relación con la motorizada restaba fue suficiente para que ella la conociera. Por entonces aquel bonito apartamento seguía siendo morada de los dos hermanos con quienes, de vez en cuando, el visitante, por la droga, se reunía. Estaba, dicho apartamento, repleto de alucinaciones tangibles, adornos de mesa, pinturas que le embebían en disertaciones que posteriormente serían firmes criterios, palabras hondamente impresas en la conciencia de quien no dudaría en trasladarlas al papel donde se hallaría la descripción de una pintura fascinante, la de un rostro con la mirada ensombrecida por unas cejas frondosas y una enmarañada barba en que, de modo abstracto, figuraba el perfil de una mujer que sonreía maliciosamente, dándole la impresión –la barba- de ser una enmarañada, violenta posesividad, reflejada, también, en la mirada sombría, vigilante…, otra pintura mostraba el borde de la azotea de un alto edificio a cuyo pié, desde lo alto, podía verse un farol que alumbraba, en amarilla circunferencia, el inicio de una magra vereda que, flanqueada a lado y lado por la obscuridad, precipitábase hacia el fondo de ésta; abismal fondo en que, desde lo alto, podían verse las estrellas, los mundos fantásticos a donde conduce una puerta interdimensional como puede serlo una pintura o la frenética disposición de caminar de noche por solitarios parajes; casi podía oir los grillos delante de aquel cuadro. Creía ser él mismo aquel pequeño ser al pié de la torre y el faro, a punto de precipitarse hacia el cielo nocturno y los pequeños seres que, deslumbrados, movidos a compasión, desde las márgenes del camino, observan a quien las bordea esparciendo la estela de su monólogo en las sombras, como un fantasma que camina diciendo algo. Embebíale, también, la música que los hermanos ponían a reproducir.
Claro está que no era el único que los visitaba. Numerosas reuniones que tuvieron, ahí, lugar, componíanse de invitados que, así como el hermano y la hermana, destruían al loco. Ni al apartamento, ni a los ranchos, ni al canal…, a ninguno de estos espacios dirigíase por otro motivo: una porfunda falta de respeto por sí mismo. Una de esas reuniones consistió, no en el apartamento, en las adyacencias del edificio…, consistió en los dos hermanos y la pareja: el loco y la motorizada a quien la otra mujer no dejaba de ver ya que, no obstante su edad, era bonita, encantadora, de hecho, y lo más desconcertante: creía en él, dejábase arrastrar a éstas reuniones, asentía al oírle hablar, incluso cuando nadie más le oía se esforzaba por hacerle sentir que no estaba siendo ignorado. Lo quería, no había duda al respecto y ha sido ésta, por milenios, la razón de que a un hombre, detenidamente, se le observe buscando, queriendo ver, creer lo que la persona encantadora ve y cree, de modo que no se vea, que nadie pueda creer que una relación causa envidia. Esta última, en las mujeres, se manifiesta en la cortesía brindada al hombre en tanto la mujer no presente quejas, mismas que, solapadamente, se aguardan con avidez y al aparecer son asimiladas como estímulo para un rechazo que resulta delicioso practicar.
Lo que conduce a la hilera de barracas, como se ha dicho, no queda, para nada, claro. Es lo cierto que el apartamento fue vendido y los hermanos pasaron un tiempo en otra urbanización donde el excesivo atraso de quien les brindó el apoyo, su excesivo atraso con el pago del condominio al poco tiempo se manifestó en lo que llegó a parecer, por parte de la comunidad, un linchamiento del KUKUXCLAN. Posteriormente fueron a parar al punto en que dio inicio ésta crónica. En dicho período tuvo lugar la ruptura de la motorizada con su ridículo parrillero y, por demás, la puesta en conocimiento de aquellos hermanos de irreproducibles narraciones lascivas provenientes de la sucia boca de su casero. Tales narraciones contenían, destruían el nombre de la motorizada, cosa que la mujer del rancho disfrutaba en grande; “No vale más que yo” decíase y retransmitía la información entre algunos mal vivientes en quienes creyó que podía confiar, hombres (todos) como el casero, mujeres (todas) como ella. Retransmitía y complementaba sus registros con los datos que de reunión en reunión iban surgiendo. Necesario resulta acotar que aquel hombre patético llevaba un par de años diciendo que había sido por aquella mujer, al sentirse plenamente seguro de que ella lo amaba, fue entonces que desechó, botó la última porción de una poderosa droga que desde entonces no había vuelto a tocar. Esto, bien lo sabía ella, encolerizaba a los hombres. Aquel hombrecito loco, patético, mostrándose arrogante ¡porque dejó la piedra!. Bastaba que dicha sentencia sonara en oídos de alguien, alguien… y alguien más que le hubiese conocido en su más decadente faceta para que, ¡de inmediato! diera inicio un intercambio de irreproducibles anécdotas que destruían el nombre de la motorizada con la esperanza que siempre se les moriría de que tal destrucción podría extenderse, podría hacérsele caer en cuenta de lo irreal que era su estímulo para no fumar crack. Sin embargo era aquella una ruptura por la que, con o sin mujer, el visitante insistía en erguirse. La abstinencia no era un ser humano que con su compañero pudiese asumir una doble faz; era la misma cada día, con un día más de expansión y solo él podía decidir perderla, recaer. Ello no obstante, seguía consumiendo una droga blandamente calificada, mas, lo bastante fuerte como para obsesionar a su mente, aún débil. Por esto último –por mente débil- seguía viniendo; llevaba comida, algunas veces llevaba la droga, otras (las más) llegaba preguntando si podían invitársela. Tal era el caso…
“Imbécil”, piensa la mujer en tanto lo ve intercambiar con el ruso palabras hipócritas en un patético esfuerzo por disimular la verdadera razón de que se encuentre ahí…, hipocresía que también ella debe proyectar. Bien sabe lo que él, hambriento, deseando que solo estuviese ella, vino a buscar.
¡Cómo lo desprecia!. Precisamente por eso, al casero, le ha dado (ella) una impresión de simpatía. Le ha hecho creer que es importante para el hombrecito y que la simpatía con que le agracia es alguna suerte de traición al visitante de cuya ex mujer el agraciado casero le ha puesto al corriente de irreproducibles historias que, por cómo lo desprecia, por el malicioso murmullo del que le ha hecho objeto en el trabajo, a donde ella misma, creyendo en él, lo llevó, por la inmensa desilusión que le ha representado y, no menos importante, ¡por cómo habla y habla de esa mujer!, no ha podido contenerse, las ha difundido.
Sigue viniendo, también, por una fijación con el casero, como si le obsesionara el hecho de que a la motorizada, pues de algún modo lo sabe, le gustó el tipo; halla irritante y a la vez le fascina la forma en que, por la droga, por ella y también por el casero, sigue viniendo impelido por una ilusión de confrontarlo, misma que muere no bien lo tiene al frente. Sigue viniendo para ver más claro algo que se figura y le obsesiona. No mucho ha desde aquella noche en que le preguntó: “¿Cómo estás tú con M***?. Un par de cosas ininteligibles balbuceó el casero, mas, retomando su abusiva presencia de ánimo le dijo: “Mira y… ¿estás molesto?”. Encontró, ella, delicioso el silencio, el desvanecimiento que al escritorzuelo, ¡patético!, le resultó imposible disimular. Sin embargo aquí está; no se valora. Días después de aquel episodio, con muchas más piedras de las que tuvo tiempo de fumarse –un auténtico pesado que le dejaron para que lo cuidara-. El casero vió, desvanecido, cómo a la patada en la puerta le siguieron los funcionarios que le aprehendieron. ¡Tanto como éstos últimos!, la prisión –como a cualquiera- debió aterrorizarle pues corrió a la iglesia. Cristo vive! Fue lo que dijo por no menos de un año, bautizado. Mas, retrocedamos un poco…
Desde que llegó, cosa rara, no ha dejado de hablar de ella. Insinúa cosas buscando que le sean confirmadas, creyendo que lo conseguirá. Esto divierte a la mujer, quien decide involucrarse en la conversación que sostiene con el ruso: “Nah, la mujer de éste es una rata…” y al empezar a reir, como parte de la agresión que consistirá en no revelar el motivo de su fingida risa, un denso catarro es expectorado hasta su tráquea donde se aloja y le hace toser desesperada hasta que, por fin, ruidosamente, esputa.
La encarcelación del casero, el tiempo que ésta duró, fue más que suficiente para que tuviesen lugar uno que otro acontecimiento dignos de mención. Luego de un viaje que duró dos meses a la isla de Margarita el escritorzuelo regresó cargado de historias que en el transcurso de algunos años iría escribiendo. Ocho meses después de su regreso, por fin dejó de consumir las drogas que restaban a su lista; piedra, perico…marihuana y alcohol, a los ocho meses de haber vuelto de la isla, por fin, dispúsose a dejarlas. El ruso y la mujer se fueron a Caracas; nada volvió a saber de ella. Al ruso lo ha visto; "Hizo una película..." Dijo, refiriéndose a ella. A ésto el escritorzuelo dejó escapar un resoplido nasal en tanto apretaba los labios y sentía la risa en el abdomen, saliendo a cortos, convulsos resoplidos nasales. "Tengo que verla" dijo al fin, satisfecho .
La excarcelación del bautizado fue también su retorno a la práctica de todo comportamiento sociópata que en la prisión, por su vida, hubo de sujetarse. Conviene, siempre, a estos personajes, que el común de la ciudadanía de la que se les permite volver a formar parte, ignore hechos tales como que en el ambiente penitenciario hay una iglesia cristiana, un sector dispuesto para aquellos a quienes se les denomina manchados y un malandreo que en la iglesia denominan: el mundo. Es este último el ambiente donde solo conviven los que pagan causa – hay un monto semanal, mas, no disponemos ahora mismo de una cifra exacta- siendo el fundamental, mas, no el único elemento de la rutina: el respeto a una larga serie de normas que representa –el respetarlas o no- la diferencia entre vivir o, malamente, morir. Numerosas palabras que pueden, deben ser usadas tanto por los reos como por quienes, ignorando lo que sucede en una prisión venezolana, más de una vez, ignorándolo, mencionan lo que en la prisión se llama: “vaquita”, “carolina”…,. Asimismo, numerosas palabras e incluso actitudes no pueden –no sin fatales consecuencias- proyectarse ante los malandros. Ningún malandro le dice “bruja”, “pajúo”, “sapo”, “cabrón”, “te voy a matar” a otro malandro si a alguna de las tales expresiones no le viene en saga la muerte del ofendido, mismo que, si después de oir tales cosas aun está con vida, seguramente querrá matar a quien se las dijo. Solo entre manchados un intercambio de terribles ofensas deriva en que “no hay nada”. Conviene a ciertos ex presidiarios, ora manchados, ora bautizados, que al ser puestos en libertad no aspiran a nada distinto a lo que les puso tras las rejas, conviene a éstos que el común de la ciudadanía de la que se les permite volver a formar parte ignore éstas y muchas terribles cosas, de modo que el haber estado en prisión, lejos de ser una mancha, sírvales como base al argumentar que son malandros al agraviar a las buenas gentes que ignoran que eso en una prisión, tanto por un principal, unos luceros, unos gariteros, unos malandros, así como por un pastor, por un bautizado que se halle reflexionando en serio…, por toda esa gente, eso está mal visto. Para quien no ha sido y espera, hoy, seguir sin haber sido encarcelado, si acaso un leve conocimiento de estas cosas resulta indiscutiblemente beneficioso. Bueno es ver venir la memoria de malas palabras y acciones que, similares a un vehículo de carga impactan con el rostro cuya expresión vuélvese la de quien trata de soportar un dolor intenso. Bueno es el dolor que se acepta por aceptar el dolor que a otros fue ocasionado, por no negarlo y, antes que justicia, pedir, agradecer la compasión de viejos, mujeres y niños atropellados y sin una sola enmienda, agradecer el olvido, la distancia que su mayor venganza, indudablemente, ha sido. Bueno es mantenerse vigilante de que las cagadas no se repitan y las que no han sido puestas hoy tampoco lo sean.
2019…, “Casi diez años y todavía no aprendes”. Recrimínase, una y otra vez, el haber ido allí. Rápidamente acaban de trasladar –de la Convy a casa del casero, padre de la joven, abuelo de la bebita, quien, así como su hermano, afortunadamente no se encuentra- los enceres. Abordan, todos, el vehículo. Este último, como un chiste cruel, empieza a fallar en la inclinada cuesta. La mujer, con su hija en brazos, consciente, pues se le dijo, consciente de que podrían quedarse varados justo ahí, donde sería la misma gente a la que espera impresionar, quien les auxiliara, se hunde en el asiento, callada, posesa del infantil, femenino criterio de que los hombres resolverán.
Agarra ese listón, ahí – dice el conductor, dirigiéndose al flaco quien maquinalmente, sabiendo que nadie, sino ellos deben resolver, hace lo que se le indica – la voy a ir prendiendo y donde falle la acuñas ¿ok?
Dale –
¡Casi una década! "Y ésta carajita. Bien sabes que te tiraría por el cuello si le resultara conveniente, si con ello pudiese asirse a mejores, convenientes amistades. Ya lo ha hecho; lo lleva en la sangre... No aprendes"
Esta situación se le figura como una jornada bélica en contra de su propio fondo: la reiteradísima falta de respeto a sí mismo que, tantas veces –sospecha que hoy, ¡casi diez años después!, también- le condujo a éste y otros espacios muy similares ya debiendo bajar o subir en ascensor hasta el piso más alto. La Convy ruge, avanza, se ahoga y de inmediato es acuñada por quien dos veces repite la operación. Se siente como un vietnamita acuñando las ruedas de un mortero soviético que laboriosamente es empujado al punto ciego de la montaña, desde cuya espesa vegetación, algún bombardero invasor vería su afrenta salir disparada. Y en una de esas el rugido se prolonga en un avance cada vez mayor, constante. No importa que haya tenido que correr hasta lo alto de la cuesta; ver cómo la Convy, con su ayuda, se reanimaba, una inmensa alegría le produjo.
La bocacalle ha expulsado ésta historia al camino principal. Llevarán a la mujer a un sitio donde, a su modo, por sus propias razones (alimentando su fantasía de que por poner a dos pendejos a cargarle sus cachivaches, "ya salió de abajo) tal éxito narrará. Los hombres, posteriormente, se despedirán y, mientras haya vida, seguirán los trabajos.
Epílogo
"Ha de ser alguna sustancia química segregada por mi cerebro...algo que me da sosiego" tal era mi reflexión a propósito de ir acompañando al mecánico. Me había pedido que lo acompañara a vender precisamente aquel vehículo en que íbamos rumbo a Los Teques a reunirnos con unas personas que, bien lo sabía yo, no conocía tan bien como para ir sólo. "Osea" le dije, antes de abandonar el taller en aquella camioneta "Osea, tú quieres que te acompañe a vender, por tres mil dólares, ésta camioneta. Para vendérsela a unas personas que no conoces muy bien, mismas que te darán en efectivo esos tres mil dólares. Osea... tú lo que no quieres es morir sólo" tales fueron mis palabras y la seriedad en su rostro me hizo pensar que se sintió increpado por una petición que, además, creyó le sería denegada "Moa dale, chico" dije al fin, hallando hilarante el alivio que presentó su rostro al tornarse risueño "hoy es un buen día para morir". Mas, no resultaba, para mí, gracioso pensar que, tal y como una puta, no puedo ver un vehículo al que se me invita a subir; inmediatamente lo hago. La venta, sin embargo, resultó satisfactoria. No había, emboscado, ningún grupo de antisociales en contra de los cuales no hubiese podido, yo, hacer absolutamente nada; no esperaba, el mecánico, que lo ayudara en caso de alguna contingencia; era de esas personas que de un modo prácticamente involuntario, al sentirse en riesgo, intentan llevarse consigo a alguien mas. Tal es el aspecto del ya mencionado, tal es la maña que le condujo a formar parte de nuestra crónica.
Poco antes y después de aquello seguí visitando el taller que, de un momento a otro, se tornó - tal fué mi parecer - en un automóvil rumbo a la emboscada. Al serme presentado, no menos que agradable, bonachón, hallé al dueño de aquel terreno y el negocio que en su mayor extensión operaba en éste. Aquel viejo de sonrisa ancha como el resto de su cara - tenía la cara redonda y blanca como una bola de cera - había sido lo bastante cordial como para que llegase a sentirme a gusto conversando con él y el resto de quienes ahí convergían - dos de sus empleados y el mecánico que, pagando alquiler, trabajaba independientemente -. Sucedió en algún momento que tocara el tema de la vecindad, que hablara con excesiva familiaridad de todos los involucrados en el caso de un burdel clandestino que poco ha fué desmantelado por organismos de seguridad del estado, puestos sus operadores – siendo el casero uno de estos - al servicio del ministerio público ya que se dedicaban a la prostitución infantil. Sucedió entonces que nombrara, con inquietante familiaridad a todos los involucrados. "¿Qué tanto habla ese viejo de...?" interrogué, en cuanto pude, al mecánico "¿Usted no sabe?" empezó a decir. Aún experimento vestigios del horror que sentí por las cosas de las que fuí puesto al corriente. Se trataba de un consumidor habitual de lo que vendía esa operación, un viejo pedófilo a por el que habían ido no bien terminaron de intervenir, desmantelar aquella abominación. Tras el parto de un soborno había conseguido zafarse, mas, ¡portentosa locura!, se presentaba públicamente en el negocio donde le habían aprehendido; justo ahí donde yo también había sido visto, donde, luego de apresurarme a salir de ahí, no volví siquiera a mirar.
Hecho monstruoso: el mecánico llamaba preguntando por qué no había vuelto a visitarlo. Desconcertado, no sabía qué responder, no lo hacía. Pasada, quizá, una semana, supe, por el mecánico, que el viejo había traspasado el terreno en su totalidad, devolviéndole, sin demora, el depósito, absolutamente todo lo que el mecánico había pagado para trabajar ahí. No fué sino hasta que ví la expresión amenazante de uno de los empleados, no fué sino hasta verle pasar en un autobús con aquella expresión llena de odio y agitando el dedo con que no dejaba de señalarme; no fué sino hasta entonces que estuviese casi seguro que al haber salido corriendo de aquel terreno activase para el viejo una alarma cuyo sonido era el de la idea de que, por mí, habría problemas. Creyéndose en la víspera de una denuncia, huyó.
"Qué bolas ¿no?" dijo el mecánico intentando disimular las intenciones con que siguió diciendo "Y nosostros metidos ahí...con las carajitas", "Sape gato" me dije apercibiéndome que tenía miedo de verse involucrado y maquinalmente intentaba llevarse a alguien más con él; "Sape gato, mano"
Emiliano Trujillo Sánchez
San Antonio de Los Altos
2020-2022
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