miércoles, 5 de noviembre de 2025

TODAS LAS PIEZAS

 ‎Todas las piezas


‎Emiliano Trujillo Sánchez


Intenta, si lo deseas, intenta imaginar lo que ha sido para mí todos estos años manejar la información que por primera vez consigo capturar, ordenadamente, digo, en un sólo texto. No me agradan los psiquiatras ni los grupos de apoyo y tratándose de reproches, ¿de qué sirve compartirlos con gente que no tuvo nada que ver...? Intenta imaginar cuán pesado ha sido esto para mí.

‎Esto será un alivio.

‎(Por cierto, antes de borrarla, capturé la conversación que tuvimos. Te ofrezco mil disculpas, mas, no permitiré que nadie me acuse de ser un mugroso acosador cuyos mensajes fueron borrados "pero no importa"..., nah: importa cada maldita palabra. De nuevo, discúlpame pero me quedó esa neurosis de experiencias pasadas)



‎Esta imágen la he tenido guardada desde 2019.

‎Sucedió que, unos días después del incidente en R°°° contigo y el papá de tu hijo, alguien me hakeara y escribiera eso en mi cuenta, como si fuera yo. Nunca he estado plenamente seguro de que hayas sido tú o el papá de tu hijo o ambos. De vez en cuando sospecho que fué alguien que vió aquella escena. Siendo el caso que sin importar quién haya sido, me sentí humillado, tanto más en aquella época; venía pasándola muy mal desde hacía unos años por el bloqueo económico. Era una época en que me sentía como un asqueroso indigente. Me resentía en contra de mí mismo y las burlas me afectaban mucho más de lo que normalmente afectan a cualquiera.


‎Con el paso del tiempo (los años) me dí cuenta que te habías dedicado a crear un mundo de habladurías muy propias de la gente como tú... habías hecho de mi nombre un chiste para un montón de muchachos y muchachas. También el papá de tu hijo lo hizo; una vez, poco después de lo de R°°°, lo ví en un carro, señalándome con el dedo en tanto esbozaba una sonrisa de satisfacción. También a tí te ví en un carro que iba por la redoma, haciendo exactamente lo mismo, pero en compañía de unas mujeres: la que manejaba e iban otras atrás, si no me equivoco. Total que no pelaron el expreso; captar atenciones usando el nombre ajeno que resulta ultrajado, tal es el expreso, el transporte rápido a la exitosa captura de atención; hay que tener talento para que la gente pele bien los ojos al oírlo a uno dar noticias acerca de uno mismo. Al carecer de talento hay que recurrir al chisme y la mala intención y eso se vuelve un vicio. No debe haber sido hace muchos años pero tampoco estoy seguro de hace cuánto fué: ví en un carro al papá de tu hijo. Esta vez andaba con un grupo de sujetos como él. Fué muy rápido, yo hacía tiempo que ni me acordaba de ustedes. Asomó el coco a la ventanilla para verme pero creo que esperaba que yo viera hacia otro lado o bajara la cara y ese día, ignoro por qué, yo andaba hostinado. Me miró y lo miré con la misma cara e culo. Mas, no pasó de ahí. El carro siguió y yo también...x. Hace muy poco, sin embargo, volví a toparme con él en el pueblo. Te hablo de hace unos meses cagaos; no hace mucho, digo. Estaba pegado a la Santa María de La Potenza y de repente sentí una mirada pero enamorada sobre mí. Alcé la vista y lo ví pasar frente a mí. Pero antes de seguir de largo me venía viendo fijamente, con los ojos bien abiertos, como tratando de reconocerme. Digo esto último por no decir que le sorprendió verme pues su expresión antes de tornar al frente y seguir era perpleja, fija. Me extrañó un poco pero después me supo a mierda. No sé decirte si estas cosas fueron antes o después de que los viera en el sitio donde parecían estar buscando algo en el monte (espero que no hayan estado buscando lo que de inmediato supuse, su hijo estudia ahí mismo, qué feo sería, ojalá me equivoque). Posteriormente lo estuve viendo mucho por el pueblo, siempre con el niño. Mas, hubo una ocasión en que yo iba bajando y él venía subiendo; también le gusta el atajo que pasa por mi casa. Esa mañana, dado lo estrecho del escenario, me dió la impresión de que podría suceder algo porque pasaríamos cada uno al lado del otro y yo no miraría hacia otro lado ni bajaría la cara. Pasé muy cerca de él, viéndolo fijamente. Me miró un momento y de nuevo fué él quien tornó a ver hacia el frente. Confieso que eso me ha tenido desconcertado, "¿qué se traerá este?" me pregunté. Te confieso también mi sospecha de que tú misma le hayas dicho: "No te metas con él, que tú eres muy bandera". Me río, lo confieso, al pensar eso último.

‎Un par de veces más, por la mañana, lo he visto pasar con el niño, en fin.


‎Este mensaje, después de los anteriores y la mariconada del amor congelado, esto es para hacerte notar que las cuentas a las que llegaron los mensajes anteriores y este también son otras cuentas tuyas. Al decirte que me bloquearas busqué otras cuentas tuyas y las bloqueé yo mismo. No volveré a cometer ese error; debes bloquearme tú, de modo que yo no pueda ni buscarte en otras cuentas ni desbloquear las que ya bloqueé. Hay demasiada obscuridad en las iniciativas que asumiste para conmigo hace tiempo y, justo es decirlo, te ensañaste por gusto, por creer que se trataba de un pobre pendejo al que, por faltarle al respeto, nadie vería ninguna clase de consecuencia. Cualquier irrespeto hacia mi persona tiene serias consecuencias. Pese a las habladurías de raperos y sus groupies, yo soy un señor. Están lejos de ser alguna clase de élite urbana. Solo son muchachos y muchachas que se drogan y proyectan sus inseguridades en gente con la cabeza lo bastante hueca como para creer que una habladuría suya tiene alguna clase de poder. Ni como canción serviría pa una mierda. No sonaría en la radio, no escaparía de internet como lo hicieron los cuentos de mi libro CONTRA LA DROGA...¡CONTRA LA MALDITA DROGA! (La máquina del tiempo) que además siendo mi primer libro (esto me complace muchísimo) contiene complejas referencias de Los Miserables de Víctor Hugo y Cien años de soledad. No son citas, son aluciones que únicamente quien conozca tales obras hallará en LA MÍA.


‎Emiliano Trujillo Sánchez

‎San Antonio de Los Altos

‎Lunes 03 de Noviembre/11:30 pm

lunes, 27 de octubre de 2025

CAMILO

 

‎CAMILO 


‎Emiliano Trujillo Sánchez



‎Un relato muy a propósito de la fantásticamente ridícula propuesta que el imperialismo norteamericano le ha hecho a quién sabe qué agachones, aquí: la de convertir a Venezuela en EL ESTADO 51...hay que recabar evidencias de que tales delirios han sido expuestos por quienes los padecen. No hay que ser un genio para saber que tan hegemónica ridiculez, si es posible, será negada.



‎Sucedió alguna vez que, alzando la vista, divisase en la nocturna cúpula celeste dos puntos de luz – a mi parecer: dos estrellas – bastante próximos el uno al otro. Sucedió entonces que uno de los puntos – enfatizo el que se trate de un parecer ya que sin el adecuado equipo astronómico y las debidas nociones de interpretación de lo que un sofisticado telescopio puede registrar, cualquier especificación se torna en charlatanería –, uno de los gemelos desapareció.


‎Hecho curioso: tornó a moverse justo antes de desaparecer.


‎Afirma la ciencia – quienes viven de aplicarla – que cualquier cosa venida o sencillamente divisada desde aquí, su aproximación al punto en que se torna visible, tarda lo que aquí hasta un neófito puede calificar como: numerosas vidas humanas: ¡miles de años!. La luz de una estrella tarda miles de años en hacerse, aquí, visible. De modo que, así como un fulgor, la desaparición de este, suponiendo que se trate de la muerte de una estrella, es también una muerte antigua.


‎Sin la menor vacilación precipité la mirada hasta el piso. Tales reflexiones me distraían de "importantes futilidades": rencores, intrigas, intrincadas teorías de la conspiración; temí perder el hilo de las mediocridades, la fétida ciénaga en que tanto gusto me da revolcarme. No obstante esto, los marcos de contemplación que mi cautiverio, por un descuido, acababa de ofrecerme, proyectaron – proyecté – recuerdos de una época en que no perderme siquiera un episodio de un exitoso serial norteamericano era, para mi mente ya obsesiva, una importante referencia cultural. Veía, religiosamente, de niño, los X - Files, queda dicho.


‎A Rigual, dado su categórico rechazo a cualquier sintonía proveniente de maquinaria gringa, ocurriósele intervenir en mis disertaciones acerca de lo que habría sido de la hermana menor del agente especial Fox Mulder, presuntamente abducida por alienígenas... tuvo y ejecutó su idea de hablarme acerca de Camilo. Pese a mi corta edad (nos hallábamos en medio de aquellos años 90, donde y cuando quienes habían nacido en los 60's, los 70's, eran jóvenes...menudo chiste para nuestro tiempo. Yo, por el contrario, vine a este mundo a mediados de la década anterior; no tenía edad para abrir una cuenta de facebook, digo), pese a mi corta edad, sé que no dijo, entonces, su nombre. Sin creer en ello mencionó "al amigo que vivía en Los Helechos – un conjunto residencial de cinco altas torres alzadas entre las montañas que las amurallaban, siendo una de estas montañas aquella por cuya falda serpentea la carretera de Pacheco.


‎Enmarcada en cualquiera de las caras que, desde esa cara de la torre, ofreciese dominio de tal perspectiva, la montaña, de noche, se presenta como una portentosa, negra muralla, surcada en medio por las luces de los automóviles. Lo alto de la negra muralla recorta la cúpula celeste cual si este fuese un lienzo plateado y a través de dicho lienzo, sobre la montaña y en los mismos sentidos de los automóviles que por cuyas luces podían ser vistos ir y venir por la carretera, "el amigo" (Camilo) decía que pasaban los ovnis.


‎Rigual, bien lo sé, nunca creyó eso. Presumo que lo mencionó con miras a ofrecer una visión nacional de lo que, aunado a lo absurdo, debía considerar como una doctrina invasiva.


‎De Camilo supe el nombre puesto que la venta de aquel apartamento, la adquisición del terreno y la construcción de la casa que, sobre este, se alzó, todo esto por él mismo fué orquestado y rememorado por quienes, en dicha casa me lo hicieron saber, no sin que antes conviniéramos en que "el observador de ovnis" era quien yo infería.


‎Lamentable o afortunadamente, los lugares, personas y situaciones que me pusieron al corriente de los hechos aquí referidos, pertenecen a la memoria que suele mantener mi vista clavada en el piso, abismada. Sin embargo me siento afortunado de saber que los artistas pop, así como los aliens de películas y series norteamericanas, sólo distraen a la gente de los verdaderos problemas sociales. No suelo preguntarme si existe o no vida inteligente más allá de nuestra atmósfera. Mas, bien seguro me hallo que de haber alguien ahí, su ingerencia en la cadena de asuntos humanos, ¡por favor!, debe ir más allá del área 51.


‎Emiliano Trujillo Sánchez

‎10 de Junio de 2021


Pobre diablo

‎POBRE DIABLO

‎Emiliano Trujillo Sánchez








‎"¡Miserable del bien nacido que va dando pistos a su honra, comiendo mal y a puerta cerrada, haciendo hipócrita al palillo de dientes con que sale a la calle después de no haber comido cosa que le obligue a limpiárselos! ¡Miserable de aquel, digo, que tiene la honra espantadiza y piensa que desde una legua se le descubre el remiendo del zapato, el trasudor del sombrero, la hilaza del herreruelo y la hambre de su estómago!...se recostó pensativo y pesaroso, así de la falta que Sancho le hacía como de la inreparable desgracia de sus medias, a quien tomara los puntos aunque fuera con seda de otro color, que es una de las mayores señales de miseria que un hidalgo puede dar en el discurso de su prolija estrecheza."

‎Miguel de Cervantes Saavedra

‎El ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha.

‎Cap. XLIV (44)/Segunda parte


‎“ Esta es la mejor ciudad del mundo” empezó a decir, con miras a la posterior mención de todas las capitales extranjeras donde había vivido. Lo había visto un par de veces en lo del doctor Mounstrenco, también él me había visto. Y, dada la confianza de la que gozaba entre aquellos malvivientes, de sus malas lenguas había salido la información, lo que creía saber de mí al momento de abordarme a la entrada del establecimiento donde solía apostarme con la moral adormecida, cataléptica, más propiamente dicho; permanecía ahí todo el día, toda la noche intentando disimular la impaciencia con que aguardaba una cara conocida; la imposibilidad de tener tabaco se había convertido en el cataclismo que hundió el mundo, aquel donde nunca había sido visto apostado a la entrada de un garito cuyo administrador y demás empleados me veían como “un enchabe”, una contrariedad irritantemente apostada en la puerta que únicamente trasponía para ofrecer cosas robadas a cambio de los cigarrillos que a algunas caras conocidas, tras declamar mi discurso referente a las drogas y el alcohol que había dejado de consumir, martillaba de a uno; de vez en cuando tenía la fortuna de reconocer una cara y la prosperidad que consigo traía, la cara de alguien que, no pocas señales daba de respetarme, quererme y por ello extraía siete, diez cigarrillos de la caja o compraba una para mí. Cosa esta última que les contrariaba tanto como verme apostado a la entrada; engordaba su ego, el de todos, verme ahí: verme pasar intentando disimular mis ansias de una oportunidad para ofrecer lo que hubiese preferido ofrecer en privado, sin ser visto por aquellas personas ávidas de ver lo que el patrón, a voz en cuello, se apresuraba a rechazar u ofrecía comprar a un precio absurdo. Les contrariaba ver a alguien a quien debían respetar, obsequiándome algo por lo que desaparecería de mi apostamiento. Les contrariaba esto tanto como verme ahí todo el día, toda la noche.


‎Corría aquel fatídico 2017. No ví venir aquello ni el efecto que tendría en el control de mi motricidad; definitivamente en shock, como ya tenemos dicho, veía pasar el día y gran parte de la noche desde algún trágico, sumamente visible apostamiento. Mas, no se trataba únicamente de conseguir tabaco. Inmovilizado por la infructífera búsqueda, en mi mente, de alguna solución para una tragedia tal como el que la casa y por tanto el resto de quienes, conmigo, la habitan (incluyendo a los perros), amaneciera sin nada con que desayunar. Inmovilizado por lo infructífero de un inventario mental de posibilidades que inmediatamente debía descartar (el trabajo entonces era mantener la calle ardiendo en candela o tener algún negocio donde no hubiese problema en fungir de centro de acopio para la comida, el alcohol que a los manifestantes debía dársele como incentivo. Otros negocios no participaban de aquello, simplemente abrían según los horarios acordados con los manifestantes y por lo que fuese que vendieran cobraban un ojo de la cara, en fin). Al carecer por completo de una idea siquiera, de una oportunidad de trabajar limpiamente, asediado por la mofa de quienes no tenían hambre ni hallábanse crisiados, ante semejante gala de miserias humanas, hallábame en shock. Sucedió, más de una vez, que luego de un largo apostamiento en alguna esquina, hubiese de sacudirme o guardar en un bolsillo la vergüenza por haber sido visto a lo largo de las horas que tanto me habían distanciado de la casa que, al franquear el umbral y librarme de ese otro motivo que me impedía moverme (debía responder a la mirada interrogadora de quien me veía llegar, viendo si traía algo en las manos; debía mostrarle mis manos vacías) la casa que debía reencontrar cual si la hubiese abandonado hacían años; me sentía nostálgico de otro tiempo en aquel mismo espacio invadido por la desesperación que a diario, presuroso , me hacía salir con la esperanza que moría en un trágico apostamiento. Tal es mi relación de la experiencia que sincretizó en mí criterios tales como que no puede haber un genocidio por hambre puesto en marcha en un país donde ciudadanos con la misma ciudadanía de los hambrientos hacen mofa de estos; lo que había, lo que hay de manifiesto es un ego latinoamericano ferozmente resentido por no ser europeo, norteamericano, queda dicho.


‎Con la moral cataléptica o rasguñando enloquecida la urna en que yo mismo, para su entierro prematuro, habíame convertido, enfermo, sin poder ver la expresión desencajada con que veía un sueño insomne, no queriendo aceptar aquella expresión de la que periódicamente me apercibía, periódicamente asumía una plácida, sombría faz: la de quien se halla apostado justo donde “casualmente” le place, donde “casualmente” se topó con una cara conocida.

‎“¡La mejor!” siguió diciendo aquel sujeto, ya en ejercicio del negligente disimulo de “la mordida” que le representaba mi rapsodia: ¡Los años de sobriedad!... “Te lo digo porque yo aquí me siento en el paraíso, ¡vivo bien aquí!. En parte porque le echo bolas, tengo mis vainas. Por otra parte, repito, esta es la mejor ciudad del mundo”

‎Sucedió a esto la pausa de quienes tienen urgencia por abordar el tema que han tenido en mente a lo largo del preámbulo que ha implicado un falso interés por lo que sea que su interlocutor haya dicho, alguna superficial acotación, mas, no consiguiendo empatar el coloquio a lo que realmente desean llegar, lo interrumpen solicitando su préstamo, el servicio de quien no cobrará gran cosa, etc.

‎“Mira ¿y estás trabajando?” Debióse mi silencio a un alud de increpaciones que durante años me atormentarían hasta salírseme por la boca de quien suele hablar sólo y al hacerlo escupe sapos y culebras (“¿Qué te importa a tí si yo trabajo o no trabajo? ¿Yo como en tu casa, guevón? ¿Te debo real? ¿Andas buscando marido?”)

‎“Yo siempre estoy trabajando” le dije. Y empecé a enumerar mis obras, explicándole, también, la relación de estas con mi sobriedad.

‎“Ajá pero, ¿cómo haces para comer? ¡Ya va!...” me atajó al ver mi disposición de responder a su pregunta. Me cuesta creer que presintió el aburrimiento que una respuesta larga y repleta de pretextos baratos le ocasionaría. Creo, más bien, que no quería perder el hilo de lo que tenía en mente incluso antes de que lo viera aproximarse con la férrea disposición de decirme a mí estas cosas:

‎“Hay que matricular, hermano porque…¿qué edad tienes tú?... imagínate. Yo a tu edad tenía muchas de las cosas que tú me ves ahorita. Tenía carro, pagaba mi alquiler, ayudaba a los viejos…no, pero, permíteme…tu palabra “vayalante” pero…mientras tú esperas que esos proyectos den fruto…¡Yo sé, yo sé que los darán! Pero mientras tanto le echas bola a alguna vaina que te permita tener tus cigarros…¿Tienes cigarros?, toma hermano…que tengas tus cigarros, que puedas salir con un culo. No te creas, yo también he tenido mi mala racha, he estado así, como tú, dando lástima como un pobre diablo, parado to el día en una esquina, ¡jodido, pues!...porque yo veo que tú me dices lo de la piedra, el monte…¿tampoco tomas?...bueno pero…como que no te sirve de mucho, pué…fíjate, yo consumo…ahitá mi carro, tengo mi chamba, mi jeva …no sé si me explico: me parece del carajo que hayas dejado de consumir pero…bueno hermano discúlpame si algo de esto te ofendió. Yo te lo digo porque te tengo aprecio, pues. A mí siempre me han dicho que tú eres un tipo talentoso ¡y me disculpo!”

‎Su siguiente pausa no lo delató; nunca me hubiese imaginado el remate que pretendía darle a su discurso.

‎“¿Cuánto años dices que llevas?...¿Sin consumir nada? Perga, te felicito, hermano…¿Tú nunca tiraste fumando piedra?...¡No, yo sé, yo sé que no vas a recaer…pero, por si acaso!”

‎Lo que a tal proenio le vino en saga, las macabras instrucciones acerca de qué hacer con la mujer siguiendo al pie de la letra el régimen, la oportuna, exacta dosificación de las piedras, nada de esto puede rematar nuestra crónica; no hay forma de reproducirlo sin dejar de ser albañil, herrero, vice o presidente de algo y tornarse ¡de inmediato! en un pobre diablo. Queda dicho.

‎Emiliano Trujillo Sánchez

‎24 de Abril 2024

Si este relato consiguió atrapar su atención y desea saber más del infierno desatado en 2017 por la derecha venezolana, he aquí el link de compra de un libro referente a tales hechos:





viernes, 30 de mayo de 2025

Bajos fondos



 Bajos fondos

Emiliano Trujillo Sánchez

A la querida memoria de Jessica Di Eugenio (AKA: Mine Sarabia)

Prólogo del autor

‎¿Qué escribiría Pocaterra?

‎En vista de las numerosas invitaciones que en mi pueblo he recibido a rebajarme al nivel de quienes tales invitaciones, con alaridos de hienas, muecas grotescas, miradas que oscilan entre la fijeza tenaz, preñada de ofensas, hasta la ojeada despreciativa, y demás, no dejan de extender…, he decidido partirme el coco: pensar cuidadosamente cada una de las palabras que a estas vienen en saga.

‎Solía ser, antaño, distintivo de la privilegiada clase social a la que pertenecía quien hiciese gala de un acervo cultural compuesto de la reunión de importantes lecturas, tal era uno de los distintivos. Podía verse, sin embargo, gente arruinada por sus negocios ruines o los de su familia; podía verse a alguien venido a menos, aferrándose a la compleja referencia literaria, el sagaz comentario con que buscaba distinguirse, distinguir su privilegiado acervo cultural sin que esto en modo alguno impidiese ver las dificultades económicas que le habían trasladado a algún vil escenario donde además resultaba apropiada - ¡justa y necesaria! – su presencia. No obstante, incluso para fingir elevación de aquello en lo que se había caído, era necesario recitar, en latín, de ser posible, algún pasaje escrito por Boccaccio.

‎Ahora cualquier analfabeta o analfabeta funcional se distingue si, como antaño, puntual , asiste a los exclusivos festejos a los que quien no asiste pasa a ser mal comentado por numerosos analfabetas o analfabetas funcionales que le consideran y comentan arruinado, excluído, aquí no cuadra. No hay ni que saber leer para lo que hoy en día se denomina “firmar”.

‎¿Qué habría escrito José Rafael Pocaterra de los ruines negocios de gente que ni siquiera se esfuerza por camuflar su vulgaridad? La casa de los Abila, entre otras de sus Master peaces, devela el voraz apetito de los integrantes de la clase social dominante del período Gomecista, devela su voraz apetito por el capital requerido para asistir de etiqueta a las galas donde, como se ha dicho, quien no asistía, además de perder la oportunidad de lisonjear a alguna autoridad empresarial, política o eclesiástica, pasaba a ser objeto de comentarios tales como que “está arruinado”. Mas, devela, Pocaterra, éstos apetitos, recreando el vocabulario, “las maneras”, con que se le pretendía camuflar, al voraz apetito, digo.

‎Hoy en día, a despecho de analfabetas y analfabetas funcionales que asisten a brillantes galas en lujosos urbanismos y exclusivos locales. A despecho de éstos, cualquier analfabeta o analfabeta funcional en la plaza Bolívar de su pueblo, con dos litros de Anís Cartujo, na bolsa e perico, un cripy (en porte de tal mercancía para, justo ahí, consumirla o venderla), conociendo el vocabulario que por una lacra debe ser empleado, con la disposición de agraviar a quien vaya pasando, a quien haya tenido la mala idea de detenerse en su plaza, especialmente tratándose de mujeres, al menos una mujer que le recuerde cuán despreciable luce, porque lo es y por esto último, asqueado por sí mismo, dolido por ello, la aborda o al menos eso intenta consiguiendo únicamente incrementar su dolor puesto que la mujer lo ignora e ignorándolo se va y al verla escapar, al no poder retenerla puesto que, yendo o no acompañada por el hombre a quien tal villanía pretende también ofender, yendo o no acompañada algo de respeto siente por sí misma, desesperado, haciendo perfectamente presumible lo que le haría si estuviesen donde nadie pudiera oírla gritar, le grita: “¡¿Eres sorda, también?!”, con la disposición, el feroz deseo de amedrentar y obtener de la persona a quien se consigue amedrentar lo que amedrentada se deje quitar e incluso hacer…, adquiere un envidiable prestigio quien en cualquier plaza Bolívar, con su curda y su droga, tales atributos reúne.

‎Se puede trabajar con éste material, mas, ninguna máscara debe ser tumbada. La vulgaridad tiene el control.

‎Sábado 19 de abril 2025

‎Plaza Bolívar de San Antonio de Los Altos

“El sentimiento ciego de la venganza y el agravio, capaz de destruír todo e impotente para crear algo”

Maxim Gorki

La madre

"Que yo voa subí

Y usté va bajá"

Celina y Reutilio

San Lázaro

"Este lenguaje es lo ininteligible en lo tenebroso; rechina y cuchichea y completa el crepúsculo con el enigma. La noche mora en la desgracia, pero es aún más tenebrosa en el crimen. Éstas dos negras sombras amalgamadas componen "el caló". Obscuridad en la atmósfera, obscuridad en las acciones, obscuridad en las palabras. Espantosa lengua reptil que va, viene, salta, babea y se mueve monstruosamente en esa inmensa bruma obscura, compuesta de lluvia, de noche, de hambre, de vicio, de mentira, de injusticia, de desnudez, de asfixia y de invierno; mediodía de los miserables.

¡Compadezcamos a los castigados! ¡Ah! ¿Qué somos nosotros? ¿Qué soy yo que os hablo en éste momento? ¿Qué sois vosotros que me escucháis? ¿De dónde venimos? ¿Estamos seguros de no haber hecho nada antes de haber nacido? La tierra no deja de tener semejanza con un presidio ¿Quién sabe si el hombre no es más que un sentenciado de la justicia divina?.

Mirad la vida de cerca y veréis que es tal, que en toda ella se encuentra el castigo.

¿Sois lo que se llama un ser felíz? Estáis triste todos los días. Cada día tiene su disgusto y su pequeño cuidado. Ayer temblábais por una salud que os es querida, hoy teméis por la vuestra; mañana tendréis una inquietud por el dinero; pasado mañana os inquietará la diatriba de un calumniador; el otro la desgracia de un amigo; después el tiempo que hace; después cualquier cosa que se rompa o se pierda; después un placer que la consciencia o la columna vertebral os echan en cara; otra vez, la marcha de los negocios públicos. Y ésto sin contar las penas del corazón y así sucesivamente...y, sin embargo, sois del pequeño número que goza de la felicidad. En cuanto a los demás hombres, la eterna noche se cierne sobre ellos "

Víctor Hugo

Los Miserables

I

A cada lado de la inclinada pendiente, misma a la que se accede por una “discreta” bocacalle – discreta puesto que, sin haberlo visto no hay quien se imagine… - a cada lado de ésta se precipita el caserío: casas bonitas, de paredes encaladas y platabandas de tabelones con sus dorsos asfaltados, con aleros de machihembrado o extensiones del techo sombreando, también, los porches con sus muebles disecados y macetas alineados encima del pretil de algún barandal o sobre una tapia baja; casas de clase media baja, con más de medio siglo de haber sido construidas por la constructora que vendió sus casas incluyendo en su publicidad la zona como parte del valiosísimo patrimonio adquirido por cada nuevo, privilegiado propietario. Casas bonitas, de clase media – hoy: media-baja – transgrediendo en sus parcelamientos la exagerada perpendicularidad de la calle a cuyos costados precipítanse.

Al pié de la estrecha callejuela da inicio un terreno aplanado, mas, no pavimentado: una ladera del cerro cuya falda parece sostenida por la hilera de viviendas construídas con tablas y planchas de zinc, una que otra levantada en bloques y cemento, con puertas y ventanas obviamente halladas en montones de escombros, improvisadas con tablas u otros materiales negligentemente calados al rectangular espacio de acceso a las viviendas cuyo piso – exceptuando unas pocas – es la misma tierra de la ladera barrenada para colocar ésta hilera de ranchos que, más bien, parece una negligente estructura de contención para la falda del cerro que se yergue, amenazante, sobre estos, mismo a cuyo costado se precipita un caserío – casas bonitas entre una y otra margen de la inclinada pendiente a cuyo pié se extiende un barriecito que, quien jamás ha entrado por la bocacalle, no podría imaginar…-.

Aperturando su propia historia, una Convy se desvía del camino a cuyo costado se asoma la bocacalle, dejándola atrás, así como a las casas que a lado y lado van pasando en tanto la inclinada pendiente – el descenso a través de ésta – genera en el emprimerado vehículo un fuerte ronquido y una sensación vibratoria en las nalgas y el dorso del conductor y dos pasajeros.

La mujer – uno de los dos pasajeros – va satisfecha; se ha hecho de dos hombres – uno de éstos con vehículo propio – para que la ayudaran a sacar el colchón y la oxidada cocina eléctrica de otra vivienda donde tales enceres habían estado secuestrados a partir del momento en que decidió separarse del padre de la bebita que lleva en brazos: un hombre considerablemente mayor que, justo como la figura paterna por la que tal fijación tiene, gusta de las jovencitas cuyos padres no choquen con la idea, el hecho de que sostengan relaciones con hombres mayores que, además - ¡con suerte! – puedan preñarlas y mantenerlas ya que de otro modo – abandonadas con su joven barriga – tendrán que arreglárselas por sí mismas: conseguir trabajo u otro u otros hombres que, por sus servicios, puedan ayudarlas con algo. No pocas veces – en entornos tan insalubres – la figura paterna funge de proxeneta; a un hombre de su edad o mayor, le vende la hija sin que ésta, por aquello a lo que se ve forzada, reciba el honorario que al padre – en otros casos la madre – le ha sido cancelado con droga. Es lo cierto que tales abusos acaban por insensibilizar a la niña que al ir creciendo, inconscientemente, desea ser una mujer como las que siempre ha visto donde se ha venido criando, presenciando discusiones, peleas maritales que derivan en golpizas e incluso – posteriormente – violaciones que, ¡peor aún!, evolucionan a una lascivia consensuada en presencia de los niños, las niñas…,. Quiere ser la mujer de un hombre como el padre o sus amigos, quiere ser la madre de hijos a quienes tratará y dejará que otros los traten como también ella fue tratada, mas, en otro sitio ya que lo único que la ira, claramente, le permite ver es la imperante necesidad de abandonar todo aquello. Asimismo - ¡de seguro! – le encantaría que fuese un apuesto, culto y adinerado joven el que llegase a rescatarla. No obstante, sin importar cuánto algunos hombres trabajan, cuán respetables tórnales lo adinerados que hayan podido llegar a ser, no pocos resultan sencillamente viciosos de la mercancía humana vendida en éstos arrabales y si son mediana o sumamente cultos y sienten algo de respeto por sí mismos ni siquiera piensan en acercarse a mujeres –jovencitas- que, ¡bien lo saben ellos!, únicamente gustan de pobres o adinerados – les da igual – tratantes de esclavas, y con éstos mismos –aunque luego las boten- acabarán ellas burlándose de quien no haya visto venir tan desilusionante final o de quien no haya tenido la inexplicable determinación de mantenerla a su lado siendo –consecuentemente – lo contrario, la antítesis de aquellos a quienes no permitiera intoxicar la relación que, por ellos, no perdería; hombres a quienes –de modo ciertamente machista, cual si fuese ella una propiedad- ignorará en lugar de recriminarle, a su mujer, que los conozca. De esto último, quien –carente de los recursos para llevársela- no resulta capaz, irremisiblemente viene a ser objeto de burlas por parte de ellos; él y ella.

Va satisfecha, ilusionada y con muy pocas probabilidades de una desilusión. Será vista llegando en un carro cuyo conductor –el dueño- así como el otro hombre que viene a bordo, ¡frente a todo el mundo! – “Ojalá todos vean”- cargarán las cosas, la cocina, el colchón. No habrá quien lo dude: tiene pueblo, hombres. No será hoy que salga de ahí para no volver. Ello no obstante, sus hombres cargarán las cosas, harán que se vea respaldada; verá ¡todo el mundo! que, así como lo hacen otras, ella no habla paja cuando dice conocer otro mundo, un mundo mejor al que, todos, por lo que verán hoy, considerarán posible que se vaya y sentirán la misma impotencia que siente ella cuando piensa que no lo conseguirá, cuando todo el mundo dice lo que ella está pensando y el odio por sí misma –por no tener el cuerpo y la cara de las mujeres cuyas piernas, en los tobillos, no tienen las manchas de quien ha pasado su infancia y adolescencia entre charcas cenagosas, mujeres cuyas nalgas lucen erguidas, no como un espacio plano alineado al resto del dorso que, entre los hombros, por la mala postura, luce ligeramente encorvado- …, y el odio por sí misma, ¿cómo no hacerlo?, inconscientemente, lo dirige, lo siente por la comunidad. Así como la madre, mas, sin disimularlo, la bebita que lleva en brazos, va disfrutando de un juguete nuevo: el vehículo, la comodidad, el panorama que contempla embelesada. Como la madre, será bonita.

Al penetrar caminando la vecindad se atraviesa una magra vereda de tierra cuyas márgenes, una bordea la fachada de los ranchos en tanto la otra bordea una leve depresión que se extiende a otro palmo del terreno en que otras viviendas, dispersas, conversan, frente a frente con las ya mencionadas. La vida en estos arrabales transcurre agitada; no hay discusión, intercambio de insultos que no atraviese hasta la última pared, ni, por ello, sobresalto alguno. Regularmente llega una patrulla, una puerta es pateada y alguien se va con los ganchos montados, tampoco esto sorprende. No hay espanto desconocido ya que mujeres y niños son también hijos y esposas de una que otra espantosa criatura.

Quien conduce la Convy –su dueño- al estacionarse mira todo con una expresión que dificulta determinar si le sorprende ver aquello o, por el contario, lo halla comprometedoramente familiar. De ancho torso y estatura considerable y un mentón cuya amplitud hace que la cara se vea cuadrada. Visible des uniformidad proyecta frente a la magra figura de su otro pasajero. No obstante le había dicho –al flaco- que solo iría si él también iba

II

Quien no ha superado la ruptura se siente incompleto. La vida propia que no tiene cree poder llegar a tenerla consiguiendo toda la información que resulte posible obtener de quien le ha dejado. Es el caso –en numerosas ocasiones- que el mendigo de cualquier chismesito, ¡lo que sea!, vuélvase objeto de burlas, de modo que, difícilmente, una que otra persona, con miras a que el afectado –traumatizado- por la ruptura, como un aparato al que se le activa una determinada función, empiece a hablar; difícilmente una que otra mala persona dejará de insinuar el tema. Pulsará el botón y verá, oirá, fascinada, lo que diga el robot, ya que lo parece. Curiosamente, la febril descarga del chisme la realiza el mendigo con miras a obtener algo más, ¡lo que sea!; en quien le da la impresión de saber algo, cree poder activar su disposición de decirlo. La mujer, oyéndole hablar, saborea su conciencia de ¡cuánto lo desprecia!, saborea el desprecio que, ante tal demostración de patetismo, encuentra satisfacción.

Lo único agraciado en la mujer, quien preside –para el visitante- la reunión en el rancho..., lo único agraciado en ella es la sedosa, larga y rubia cabellera que, similar a un velo corrido hacia atrás se precipita hasta la base del dorso. Asimismo, los ojos verdes cual si fuesen esmeraldas, otorgan a quien –para el visitante- preside –justifica- la reunión, cierto aire caucasoide; una francesita no muy agraciada, eso parece con el cutis visiblemente ahuecado, como superficie lunar, la nariz un tanto chata cual si fuese de arcilla y dedos inexpertos excesiva presión hubiesen aplicado a su moldura. Sin embargo la pequeña boca, el delicado mentón y eso que, con indeleble impresión, marca el encanto de toda mujer: su sonrisa (¡esa droga!), así como su esbelta figura hacen de ella la única y exclusiva razón por la que dicha reunión se lleva a cabo. El hombre con quien vive es de una delgadez enfermiza, con un cráneo literalmente en forma de cubo, frondosas cejas, prácticamente unidas en medio como una larga oruga y la boca, de labios tan delgados que parece más bien una cortada por demás tan ancha que va de un extremo a otro de

la cara. El cuello muy largo, asimismo el resto de sus extremidades que sostienen –las piernas- y cuelgan –los brazos- a los costados de un tronco que parece doblarse bajo el peso de la cabeza.

El otro rancho donde solía vivir antes de mudarse, antes de tomar sus cosas y reubicarlas en el rancho vecino, junto con El ruso –tal es el inexplicable apodo del hombre anteriormente descrito-, solía ser marco de contemplación de los mismos elementos decorativos ahora expuestos en las paredes e improvisados muebles del nuevo vestíbulo: pinturas, adornos de mesa que al visitante le recuerdan el apartamento donde solía visitarlos; la mujer tiene un hermano que actualmente se halla en cana siendo ésta la principal razón de su mudanza. No mucho ha desde que Al*** fue aprehendido ahí mismo, donde fueron a buscarlo; anunciándose como ¡la policía! patearon la puerta dejando claro que a patadas la abrirían si no lo hacían ellos. Por un robo del que se le acusó identificándolo –posiblemente- con algún video de seguridad, también por el valor de lo que había sido hurtado y, principalmente, debido a que ninguno de los ranchos, en el resto de la comunidad que los circunda, se considera propiedad privada o en su defecto un espacio cuyo inquilino, solvente con su elevado alquiler, goce de algún derecho ciudadano. Debido a estas cosas, como si supieran en qué barril debían buscar al pez, fueron por él. Necesario es apuntar que de tal guisa procedían los caseros en casos tales como el de un inquilino que viviese ahí con su mujer y fuese ésta lo suficientemente atractiva como para ser, también, causa del violento golpe en la puerta al que le venía en saga la expresión que sigue: “¡Es la policía!”, tratándose, de hecho, del casero que, pretendiendo ser jocoso, disponíase invitarles a una reunión en su rancho (invitación que al no poder ser declinada era más una imposición, una orden) ya fuese para oir la prédica de algunos misioneros, de esos que parecen tener un radar o realizar búsquedas satelitales de estos espacios donde nunca faltan sus piadosas visitas…, ya para que fuesen a oir una prédica, ya para beber, fumar…,. Dependía, claro está, de qué clase de personas el casero marcaba como presas. Ya viciosas, ya religiosas, ¡no importaba!, lo único importante era lo patéticamente tolerantes que pudiesen ser a un golpe en la puerta que anunciara la presencia de la policía; mentes débiles, para esto los caseros –dos hermanos- tenían antenas. Uno de ellos resultaba más propenso a la invasión, el ultraje de un ambiente familiar endeble. Su hermano, crisiado, de vez en cuando y con violencia, allanaba el rancho de quien, ¡lo sabía!, tenía cigarrillos. Con o sin dinero, acabar ahí era sinónimo de haberse ido a menos; aquello no era pobreza, sino miseria. Ignoraba, aún ignora, el visitante, la razón de que, tan vertiginosamente, desde aquel bonito apartamento, se vinieran a menos, ¡a tal miseria!. Por otro lado, secretamente admira la presencia de ánimo que no pierde la mujer a quien regularmente visitaba en el rancho anterior lo mismo que en este rancho al que la frecuencia de sus visitas ha disminuido considerablemente; ahora vive con El ruso. Admira la forma en que aborda, la mujer, cualquier otro tema que no sea la tragedia, el huracán en cuyo ojo se halla, puesto que lo hace, consigue hallarse ahí, lo acepta o a lo menos pretende hacerlo. “Yo no tendría que salir corriendo” piensa el visitante “ni de broma traería mis cosas, ni de broma vendría a vivir aquí, no me hallo ni pensándolo”. No se ha visto, sin embargo, en una situación como ésta. Por ello ha de ser; por ello, secretamente, admira la presencia de ánimo que otros no pierden. Sabiéndose afortunado ya que, no habiendo podido enviarlo de regreso al manicomio, debiendo negar lo que –intentándolo- han hecho, tampoco pueden echarlo a la calle, le necesitan ahí donde, al hacer otro intento, si resulta exitoso, igualmente discreto será. En tanto siga activo, haciendo su trabajo, manifestándose dispuesto a denunciar los horrores que a diario les recuerda, en tanto el chantaje se mantenga, también él se mantendrá en la casa; no quieren que se vaya, no a otro sitio que al manicomio. Bien podría, todo lo anterior, considerarse una irrefutable miseria; “No entiendo cómo puedes vivir así” le han dicho varias personas. Nunca responde; tantos malos recuerdos derivan en no saber qué decir “No puedo darte una respuesta decente para eso” es lo que suele decir “Solo piensa, si resulta tan necesario que esté allá y no soy como los locos que no tienen familia que los atienda… ¿por qué sigo aquí? ¿qué loco chantajea a nadie para no ir al manicomio? Además, siempre dicen que debo estar allá, ¿tú les creerías si te dicen que me tienen como el loco de la casa?. Sé que lo dicen, sé que hablan de un hermano de mi abuela, un tío abuelo mío que estaba loco, mas, mi bisabuela se negó a separarse de él. Ahora, por ese mismo fantasma, es que mi abuela, más de una vez, ha dicho “¡Llaman pa que se lo lleven!”. Si no consiguen encerrarme podría ocurrírseles decir que sucedo a mi tío abuelo, mas, ¿tú les creerías?. Ciertamente cínica es la forma en que responde a quien le pregunta ¿cómo puede vivir así? Y, pensándolo bien, igualmente cínica, fría, lógica, sería la respuesta de cualquiera de estos habitantes si les interpelara con la misma pregunta, por ello no lo hace. No obstante, halla terrible, asqueroso, todo esto; una indiscutible falta de respeto por sí mismo le impele a seguir viniendo.

“Imbécil”, piensa la mujer. Lo desprecia, espera con avidez enterarse de que fue encerrado. Lo conoció en 2003, en Parque Miranda, cuando asistían a las terapias grupales de La Fundación…,. No fue sino hasta 2008 que volviese a verlo ¡y qué bien se le veía!. Era el notorio parrillero en la motocicleta de una mujer bastante mayor que él. Una mujer de la que, antes y después de la ruptura, el imbécil no dejaba de hablar.

Es lo usual o, más bien, lo fatal, que, debido al hábito de usar la droga, el drogadicto, a diario fatalmente reunido consigo mismo, vea romperse dicha reunión; es lo usual que no se halle a menos que consiga calarse a la imagen de sí mismo, usando la droga, el drogo que lo llama y no se reunirá con él a menos que cuadre algo. Sucede entonces que, mientras haya droga se halle tranquilo, conforme de la imagen de sí mismo con la que se reunió junto a quienes consiguieron lo mismo: tienen la droga y con quien reunirse; por fin se hallan los fantasmas que agruparon unos cuerpos desalmados a los que estuvieron convocando, proyectándoseles como el único futuro que debían pensar en hallar. Es lo usual -¡fatal!- que quien, de ese grupo, consiga novia la lleve a conocerlos. Así, pues, la novia de este imbécil, apartando a los que ya conocía, púsose en contacto con los que él, en sus reuniones, le presentó. Pocos logran entender que su alucinante cólera al momento de la ruptura y cada momento posterior a ésta, pocos logran entender que es a sí mismos, por su patetismo, por abrir las puertas de cada fiesta usando como llave a la mujer por la que su presencia era tolerada. Es a sí mismos a quienes odian. Todo ha sido por la droga y no lo saben. La gente falsa, irrespetuosa, que ahora les obsesiona, su trato con ellos debióse a su propia falsedad, su falta de respeto por sí mismos. Ligeramente conscientes de todo lo anterior, solo pensarían en huir de todo espacio en que se proyectasen, cautivos, los espectros ya que, eso, ¡espectros!, pareceríanles. Sin embargo, inconscientes, por la droga, buscan a quien les ha cortado, a quien crean que pueda saber…, alucinan de cólera frente a todo aquel que, sonriendo cínicamente consigue proyectar en ellos la misma cólera que sintió, siente al verlos; sentimiento profundamente doloroso es la envidia; es un dolor por el que quien lo sufre responsabiliza a quien se lo ocasiona y no pierde oportunidad de vengarse puesto que el dolor es suyo, él es la víctima, tiene derecho a llevar a cabo el daño que le satisfaga, doloroso sentimiento es la envidia.

Para cuando volvieron a encontrarse, su relación con aquella mujer poco distaba de la ruptura que tan fuera de centro, por tanto tiempo mantendríale. No obstante esto, era todavía, la relación, lo suficientemente visible; la calle los veía, estaban juntos. Habían superado una engorrosa situación que derivó en unos derechos de autor expedidos por el servicio autónomo de propiedad intelectual a principios de 2009. Sucedió entonces que el imbécil creyera que podría venderlos a un alto costo, ser rico y famoso con un solo guión que, además, no era sino de cortometraje, ¡imbécil!..., y acudiese a ella, quien creyendo en él –error, este último, del que se arrepentiría siempre- lo recomendó en el canal, donde su locura realizó una peculiar, ¡inolvidable actuación!. J*** Morandino, la entonces coordinadora general de aquel centro de convergencia de grupitos-politiqueros-snob –rasthas, hípsters, raperos, come gatos, hippies, fanáticos practicantes de cierta secular, milenaria tendencia: la inquisitiva evaluación del nivel de compromiso con la causa y el nivel de popularidad que tenía o podría llegar a tener aquel que, según los resultados de la evaluación estuviese ¡o no! invitado a su exclusiva revolución . Más de una década después, esos mismos fetichistas del ostentoso y lascivo derroche se volverían la razón por la que la oposición venezolana seguiría, como sigue, sin poder derrocar al gobierno. Los líderes de la oposición, ricos de cuna, con apellidos que se oían en tiempos de Bolívar y compañía, plenamente convencidos de su superioridad racial y cultural sobre lo que les criaron para considerar que era una negrada, nacida para servirles, palidecerían de ira frente a tan grotescas demostraciones de opulencia y dicha indignación tornaríase en el combustible de una rabiosa iniciativa (campaña) referente “al cese de la usurpación” etc, etc, lo que les llevaría a recibir dinero de la comunidad internacional, de los norteamericanos y la unión europea que siempre se quedarían esperando los resultados de operaciones que en Venezuela no se llevarían a cabo puesto que los encargados de administrar, internamente, los recursos…, indignados por los apoteósicos festejos de la negrada, ofrecerían sus propias fiestas, mismas que no acabarían hasta que no hubiese ni para una fría ni mucho menos para retomar el proyecto…, deberían, pues, seguir en campaña, a la espera de más recursos que, sin poder aguantarse, ¡indignados por la vulgar ostentación!, volverían a gastar, dándole al país la imagen de un adicto que en la entrada del barrio le dice a otro: “Dame los reales y espérame aquí”… ahí se quedarían los norteamericanos y la unión europea, esperando…,. - a la, entonces presidenta del canal exhortó a que lo escuchara. Confiando, pues, en ella, J*** Morandino lo hizo pasar a su oficina.

¡Tú!- exclamó al verla, días después - ¡Tú me dijiste que escuchara a ese tipo!-

Silencio

Llegó con esa mirada desorbitada y la clavó en mí como sobre una presa acorralada – hizo una pausa en la que parecía visualizar, indignada, lo que había visto y oído. Respirando pesadamente se fue calmando y retomó su narración – Me parece estar viéndolo… con todos esos papeles en la mano, borradores… ¡camina por ahí con borradores y los quiere presentar como proyectos!, ¡le brillan los ojos por lo seguro que se siente de que su discurso, su muela interminable, va a ejercer un control mental sobre uno! Te acerca la cara, ¡sentí su aliento en mi cara, Dios mío! – hizo otra pausa para volver a calmarse- Me mandó también un correo… - negó con la cabeza, abismada - …un correo escalofriante; ¡no me impresionas! Fue una de las mariconadas que escribió, como si se estuviera dirigiendo a un hombre, ¡como si tuviera bolas para hablarle así a un hombre!- alzando la mano hizo un ademán de “alto” – Está bien… - siguió diciendo – en una reunión anterior me dijo que “era un publicista”… y me reí apenas salió de la oficina, seguramente me escuchó – reiteró su ademán – está bien, eso fue descortés pero ¡qué carajo!... yo estudié en la UCV, a mí un loco sin bachillerato no me va a monologar en la cara, haciéndome sentir hasta su aliento, ¡acorralándome!, y de paso… - alzó ambas manos ilustrando unas comillas- “Él es publicista”… ¡un loco de mierda es lo que es!... Yo, hermana, le tengo miedo… -

A propósito de su última sentencia, con miras a convencerlo de que, si, estaba loco, una amiga de J*** Morandino le refirió un encuentro que tuvo con ella:

Andaba con unos escoltas- empezó a decir- Esa era la comunidad que me había sido asignada…, a mi comunidad no vas a entrar con esos escoltas, le dije… y me dijo que andaba con ellos por ti… -

Eso jamás llegó, por él, a ser confirmado y, haciéndole justicia, la mujer que se lo dijo, en numerosas ocasiones sonrió dulcemente al topárselo; fue él, cuya manifiesta inseguridad era también su ignorancia de cómo mantener una conversación en la que no se lleve la contraria en absolutamente todo; fue él quien la desilusionó y posteriormente la encolerizó, ¡queda dicho!.

Retomemos, pues, el hilo…,. El poco tiempo que a su relación con la motorizada restaba fue suficiente para que ella la conociera. Por entonces aquel bonito apartamento seguía siendo morada de los dos hermanos con quienes, de vez en cuando, el visitante, por la droga, se reunía. Estaba, dicho apartamento, repleto de alucinaciones tangibles, adornos de mesa, pinturas que le embebían en disertaciones que posteriormente serían firmes criterios, palabras hondamente impresas en la conciencia de quien no dudaría en trasladarlas al papel donde se hallaría la descripción de una pintura fascinante, la de un rostro con la mirada ensombrecida por unas cejas frondosas y una enmarañada barba en que, de modo abstracto, figuraba el perfil de una mujer que sonreía maliciosamente, dándole la impresión –la barba- de ser una enmarañada, violenta posesividad, reflejada, también, en la mirada sombría, vigilante…, otra pintura mostraba el borde de la azotea de un alto edificio a cuyo pié, desde lo alto, podía verse un farol que alumbraba, en amarilla circunferencia, el inicio de una magra vereda que, flanqueada a lado y lado por la obscuridad, precipitábase hacia el fondo de ésta; abismal fondo en que, desde lo alto, podían verse las estrellas, los mundos fantásticos a donde conduce una puerta interdimensional como puede serlo una pintura o la frenética disposición de caminar de noche por solitarios parajes; casi podía oir los grillos delante de aquel cuadro. Creía ser él mismo aquel pequeño ser al pié de la torre y el faro, a punto de precipitarse hacia el cielo nocturno y los pequeños seres que, deslumbrados, movidos a compasión, desde las márgenes del camino, observan a quien las bordea esparciendo la estela de su monólogo en las sombras, como un fantasma que camina diciendo algo. Embebíale, también, la música que los hermanos ponían a reproducir.

Claro está que no era el único que los visitaba. Numerosas reuniones que tuvieron, ahí, lugar, componíanse de invitados que, así como el hermano y la hermana, destruían al loco. Ni al apartamento, ni a los ranchos, ni al canal…, a ninguno de estos espacios dirigíase por otro motivo: una porfunda falta de respeto por sí mismo. Una de esas reuniones consistió, no en el apartamento, en las adyacencias del edificio…, consistió en los dos hermanos y la pareja: el loco y la motorizada a quien la otra mujer no dejaba de ver ya que, no obstante su edad, era bonita, encantadora, de hecho, y lo más desconcertante: creía en él, dejábase arrastrar a éstas reuniones, asentía al oírle hablar, incluso cuando nadie más le oía se esforzaba por hacerle sentir que no estaba siendo ignorado. Lo quería, no había duda al respecto y ha sido ésta, por milenios, la razón de que a un hombre, detenidamente, se le observe buscando, queriendo ver, creer lo que la persona encantadora ve y cree, de modo que no se vea, que nadie pueda creer que una relación causa envidia. Esta última, en las mujeres, se manifiesta en la cortesía brindada al hombre en tanto la mujer no presente quejas, mismas que, solapadamente, se aguardan con avidez y al aparecer son asimiladas como estímulo para un rechazo que resulta delicioso practicar.

Lo que conduce a la hilera de barracas, como se ha dicho, no queda, para nada, claro. Es lo cierto que el apartamento fue vendido y los hermanos pasaron un tiempo en otra urbanización donde el excesivo atraso de quien les brindó el apoyo, su excesivo atraso con el pago del condominio al poco tiempo se manifestó en lo que llegó a parecer, por parte de la comunidad, un linchamiento del KUKUXCLAN. Posteriormente fueron a parar al punto en que dio inicio ésta crónica. En dicho período tuvo lugar la ruptura de la motorizada con su ridículo parrillero y, por demás, la puesta en conocimiento de aquellos hermanos de irreproducibles narraciones lascivas provenientes de la sucia boca de su casero. Tales narraciones contenían, destruían el nombre de la motorizada, cosa que la mujer del rancho disfrutaba en grande; “No vale más que yo” decíase y retransmitía la información entre algunos mal vivientes en quienes creyó que podía confiar, hombres (todos) como el casero, mujeres (todas) como ella. Retransmitía y complementaba sus registros con los datos que de reunión en reunión iban surgiendo. Necesario resulta acotar que aquel hombre patético llevaba un par de años diciendo que había sido por aquella mujer, al sentirse plenamente seguro de que ella lo amaba, fue entonces que desechó, botó la última porción de una poderosa droga que desde entonces no había vuelto a tocar. Esto, bien lo sabía ella, encolerizaba a los hombres. Aquel hombrecito loco, patético, mostrándose arrogante ¡porque dejó la piedra!. Bastaba que dicha sentencia sonara en oídos de alguien, alguien… y alguien más que le hubiese conocido en su más decadente faceta para que, ¡de inmediato! diera inicio un intercambio de irreproducibles anécdotas que destruían el nombre de la motorizada con la esperanza que siempre se les moriría de que tal destrucción podría extenderse, podría hacérsele caer en cuenta de lo irreal que era su estímulo para no fumar crack. Sin embargo era aquella una ruptura por la que, con o sin mujer, el visitante insistía en erguirse. La abstinencia no era un ser humano que con su compañero pudiese asumir una doble faz; era la misma cada día, con un día más de expansión y solo él podía decidir perderla, recaer. Ello no obstante, seguía consumiendo una droga blandamente calificada, mas, lo bastante fuerte como para obsesionar a su mente, aún débil. Por esto último –por mente débil- seguía viniendo; llevaba comida, algunas veces llevaba la droga, otras (las más) llegaba preguntando si podían invitársela. Tal era el caso…

“Imbécil”, piensa la mujer en tanto lo ve intercambiar con el ruso palabras hipócritas en un patético esfuerzo por disimular la verdadera razón de que se encuentre ahí…, hipocresía que también ella debe proyectar. Bien sabe lo que él, hambriento, deseando que solo estuviese ella, vino a buscar.

¡Cómo lo desprecia!. Precisamente por eso, al casero, le ha dado (ella) una impresión de simpatía. Le ha hecho creer que es importante para el hombrecito y que la simpatía con que le agracia es alguna suerte de traición al visitante de cuya ex mujer el agraciado casero le ha puesto al corriente de irreproducibles historias que, por cómo lo desprecia, por el malicioso murmullo del que le ha hecho objeto en el trabajo, a donde ella misma, creyendo en él, lo llevó, por la inmensa desilusión que le ha representado y, no menos importante, ¡por cómo habla y habla de esa mujer!, no ha podido contenerse, las ha difundido.

Sigue viniendo, también, por una fijación con el casero, como si le obsesionara el hecho de que a la motorizada, pues de algún modo lo sabe, le gustó el tipo; halla irritante y a la vez le fascina la forma en que, por la droga, por ella y también por el casero, sigue viniendo impelido por una ilusión de confrontarlo, misma que muere no bien lo tiene al frente. Sigue viniendo para ver más claro algo que se figura y le obsesiona. No mucho ha desde aquella noche en que le preguntó: “¿Cómo estás tú con M***?. Un par de cosas ininteligibles balbuceó el casero, mas, retomando su abusiva presencia de ánimo le dijo: “Mira y… ¿estás molesto?”. Encontró, ella, delicioso el silencio, el desvanecimiento que al escritorzuelo, ¡patético!, le resultó imposible disimular. Sin embargo aquí está; no se valora. Días después de aquel episodio, con muchas más piedras de las que tuvo tiempo de fumarse –un auténtico pesado que le dejaron para que lo cuidara-. El casero vió, desvanecido, cómo a la patada en la puerta le siguieron los funcionarios que le aprehendieron. ¡Tanto como éstos últimos!, la prisión –como a cualquiera- debió aterrorizarle pues corrió a la iglesia. Cristo vive! Fue lo que dijo por no menos de un año, bautizado. Mas, retrocedamos un poco…

Desde que llegó, cosa rara, no ha dejado de hablar de ella. Insinúa cosas buscando que le sean confirmadas, creyendo que lo conseguirá. Esto divierte a la mujer, quien decide involucrarse en la conversación que sostiene con el ruso: “Nah, la mujer de éste es una rata…” y al empezar a reir, como parte de la agresión que consistirá en no revelar el motivo de su fingida risa, un denso catarro es expectorado hasta su tráquea donde se aloja y le hace toser desesperada hasta que, por fin, ruidosamente, esputa.

La encarcelación del casero, el tiempo que ésta duró, fue más que suficiente para que tuviesen lugar uno que otro acontecimiento dignos de mención. Luego de un viaje que duró dos meses a la isla de Margarita el escritorzuelo regresó cargado de historias que en el transcurso de algunos años iría escribiendo. Ocho meses después de su regreso, por fin dejó de consumir las drogas que restaban a su lista; piedra, perico…marihuana y alcohol, a los ocho meses de haber vuelto de la isla, por fin, dispúsose a dejarlas. El ruso y la mujer se fueron a Caracas; nada volvió a saber de ella. Al ruso lo ha visto; "Hizo una película..." Dijo, refiriéndose a ella. A ésto el escritorzuelo dejó escapar un resoplido nasal en tanto apretaba los labios y sentía la risa en el abdomen, saliendo a cortos, convulsos resoplidos nasales. "Tengo que verla" dijo al fin, satisfecho .

La excarcelación del bautizado fue también su retorno a la práctica de todo comportamiento sociópata que en la prisión, por su vida, hubo de sujetarse. Conviene, siempre, a estos personajes, que el común de la ciudadanía de la que se les permite volver a formar parte, ignore hechos tales como que en el ambiente penitenciario hay una iglesia cristiana, un sector dispuesto para aquellos a quienes se les denomina manchados y un malandreo que en la iglesia denominan: el mundo. Es este último el ambiente donde solo conviven los que pagan causa – hay un monto semanal, mas, no disponemos ahora mismo de una cifra exacta- siendo el fundamental, mas, no el único elemento de la rutina: el respeto a una larga serie de normas que representa –el respetarlas o no- la diferencia entre vivir o, malamente, morir. Numerosas palabras que pueden, deben ser usadas tanto por los reos como por quienes, ignorando lo que sucede en una prisión venezolana, más de una vez, ignorándolo, mencionan lo que en la prisión se llama: “vaquita”, “carolina”…,. Asimismo, numerosas palabras e incluso actitudes no pueden –no sin fatales consecuencias- proyectarse ante los malandros. Ningún malandro le dice “bruja”, “pajúo”, “sapo”, “cabrón”, “te voy a matar” a otro malandro si a alguna de las tales expresiones no le viene en saga la muerte del ofendido, mismo que, si después de oir tales cosas aun está con vida, seguramente querrá matar a quien se las dijo. Solo entre manchados un intercambio de terribles ofensas deriva en que “no hay nada”. Conviene a ciertos ex presidiarios, ora manchados, ora bautizados, que al ser puestos en libertad no aspiran a nada distinto a lo que les puso tras las rejas, conviene a éstos que el común de la ciudadanía de la que se les permite volver a formar parte ignore éstas y muchas terribles cosas, de modo que el haber estado en prisión, lejos de ser una mancha, sírvales como base al argumentar que son malandros al agraviar a las buenas gentes que ignoran que eso en una prisión, tanto por un principal, unos luceros, unos gariteros, unos malandros, así como por un pastor, por un bautizado que se halle reflexionando en serio…, por toda esa gente, eso está mal visto. Para quien no ha sido y espera, hoy, seguir sin haber sido encarcelado, si acaso un leve conocimiento de estas cosas resulta indiscutiblemente beneficioso. Bueno es ver venir la memoria de malas palabras y acciones que, similares a un vehículo de carga impactan con el rostro cuya expresión vuélvese la de quien trata de soportar un dolor intenso. Bueno es el dolor que se acepta por aceptar el dolor que a otros fue ocasionado, por no negarlo y, antes que justicia, pedir, agradecer la compasión de viejos, mujeres y niños atropellados y sin una sola enmienda, agradecer el olvido, la distancia que su mayor venganza, indudablemente, ha sido. Bueno es mantenerse vigilante de que las cagadas no se repitan y las que no han sido puestas hoy tampoco lo sean.

2019…, “Casi diez años y todavía no aprendes”. Recrimínase, una y otra vez, el haber ido allí. Rápidamente acaban de trasladar –de la Convy a casa del casero, padre de la joven, abuelo de la bebita, quien, así como su hermano, afortunadamente no se encuentra- los enceres. Abordan, todos, el vehículo. Este último, como un chiste cruel, empieza a fallar en la inclinada cuesta. La mujer, con su hija en brazos, consciente, pues se le dijo, consciente de que podrían quedarse varados justo ahí, donde sería la misma gente a la que espera impresionar, quien les auxiliara, se hunde en el asiento, callada, posesa del infantil, femenino criterio de que los hombres resolverán.

Agarra ese listón, ahí – dice el conductor, dirigiéndose al flaco quien maquinalmente, sabiendo que nadie, sino ellos deben resolver, hace lo que se le indica – la voy a ir prendiendo y donde falle la acuñas ¿ok?

Dale –

¡Casi una década! "Y ésta carajita. Bien sabes que te tiraría por el cuello si le resultara conveniente, si con ello pudiese asirse a mejores, convenientes amistades. Ya lo ha hecho; lo lleva en la sangre... No aprendes"

Esta situación se le figura como una jornada bélica en contra de su propio fondo: la reiteradísima falta de respeto a sí mismo que, tantas veces –sospecha que hoy, ¡casi diez años después!, también- le condujo a éste y otros espacios muy similares ya debiendo bajar o subir en ascensor hasta el piso más alto. La Convy ruge, avanza, se ahoga y de inmediato es acuñada por quien dos veces repite la operación. Se siente como un vietnamita acuñando las ruedas de un mortero soviético que laboriosamente es empujado al punto ciego de la montaña, desde cuya espesa vegetación, algún bombardero invasor vería su afrenta salir disparada. Y en una de esas el rugido se prolonga en un avance cada vez mayor, constante. No importa que haya tenido que correr hasta lo alto de la cuesta; ver cómo la Convy, con su ayuda, se reanimaba, una inmensa alegría le produjo.

La bocacalle ha expulsado ésta historia al camino principal. Llevarán a la mujer a un sitio donde, a su modo, por sus propias razones (alimentando su fantasía de que por poner a dos pendejos a cargarle sus cachivaches, "ya salió de abajo) tal éxito narrará. Los hombres, posteriormente, se despedirán y, mientras haya vida, seguirán los trabajos.

Epílogo

"Ha de ser alguna sustancia química segregada por mi cerebro...algo que me da sosiego" tal era mi reflexión a propósito de ir acompañando al mecánico. Me había pedido que lo acompañara a vender precisamente aquel vehículo en que íbamos rumbo a Los Teques a reunirnos con unas personas que, bien lo sabía yo, no conocía tan bien como para ir sólo. "Osea" le dije, antes de abandonar el taller en aquella camioneta "Osea, tú quieres que te acompañe a vender, por tres mil dólares, ésta camioneta. Para vendérsela a unas personas que no conoces muy bien, mismas que te darán en efectivo esos tres mil dólares. Osea... tú lo que no quieres es morir sólo" tales fueron mis palabras y la seriedad en su rostro me hizo pensar que se sintió increpado por una petición que, además, creyó le sería denegada "Moa dale, chico" dije al fin, hallando hilarante el alivio que presentó su rostro al tornarse risueño "hoy es un buen día para morir". Mas, no resultaba, para mí, gracioso pensar que, tal y como una puta, no puedo ver un vehículo al que se me invita a subir; inmediatamente lo hago. La venta, sin embargo, resultó satisfactoria. No había, emboscado, ningún grupo de antisociales en contra de los cuales no hubiese podido, yo, hacer absolutamente nada; no esperaba, el mecánico, que lo ayudara en caso de alguna contingencia; era de esas personas que de un modo prácticamente involuntario, al sentirse en riesgo, intentan llevarse consigo a alguien mas. Tal es el aspecto del ya mencionado, tal es la maña que le condujo a formar parte de nuestra crónica.

Poco antes y después de aquello seguí visitando el taller que, de un momento a otro, se tornó - tal fué mi parecer - en un automóvil rumbo a la emboscada. Al serme presentado, no menos que agradable, bonachón, hallé al dueño de aquel terreno y el negocio que en su mayor extensión operaba en éste. Aquel viejo de sonrisa ancha como el resto de su cara - tenía la cara redonda y blanca como una bola de cera - había sido lo bastante cordial como para que llegase a sentirme a gusto conversando con él y el resto de quienes ahí convergían - dos de sus empleados y el mecánico que, pagando alquiler, trabajaba independientemente -. Sucedió en algún momento que tocara el tema de la vecindad, que hablara con excesiva familiaridad de todos los involucrados en el caso de un burdel clandestino que poco ha fué desmantelado por organismos de seguridad del estado, puestos sus operadores – siendo el casero uno de estos - al servicio del ministerio público ya que se dedicaban a la prostitución infantil. Sucedió entonces que nombrara, con inquietante familiaridad a todos los involucrados. "¿Qué tanto habla ese viejo de...?" interrogué, en cuanto pude, al mecánico "¿Usted no sabe?" empezó a decir. Aún experimento vestigios del horror que sentí por las cosas de las que fuí puesto al corriente. Se trataba de un consumidor habitual de lo que vendía esa operación, un viejo pedófilo a por el que habían ido no bien terminaron de intervenir, desmantelar aquella abominación. Tras el parto de un soborno había conseguido zafarse, mas, ¡portentosa locura!, se presentaba públicamente en el negocio donde le habían aprehendido; justo ahí donde yo también había sido visto, donde, luego de apresurarme a salir de ahí, no volví siquiera a mirar.

Hecho monstruoso: el mecánico llamaba preguntando por qué no había vuelto a visitarlo. Desconcertado, no sabía qué responder, no lo hacía. Pasada, quizá, una semana, supe, por el mecánico, que el viejo había traspasado el terreno en su totalidad, devolviéndole, sin demora, el depósito, absolutamente todo lo que el mecánico había pagado para trabajar ahí. No fué sino hasta que ví la expresión amenazante de uno de los empleados, no fué sino hasta verle pasar en un autobús con aquella expresión llena de odio y agitando el dedo con que no dejaba de señalarme; no fué sino hasta entonces que estuviese casi seguro que al haber salido corriendo de aquel terreno activase para el viejo una alarma cuyo sonido era el de la idea de que, por mí, habría problemas. Creyéndose en la víspera de una denuncia, huyó.

"Qué bolas ¿no?" dijo el mecánico intentando disimular las intenciones con que siguió diciendo "Y nosostros metidos ahí...con las carajitas", "Sape gato" me dije apercibiéndome que tenía miedo de verse involucrado y maquinalmente intentaba llevarse a alguien más con él; "Sape gato, mano"

Emiliano Trujillo Sánchez

San Antonio de Los Altos

2020-2022


domingo, 18 de mayo de 2025

Mundos bizarros






  A finales de 2008 mi ex pareja y yo deliberábamos a propósito del guión cinematográfico que fuese más apropiado, rentable, patentar. Un par de sinopsis había desarrollado y consultándolo con ella fui objeto de sus increpaciones a causa de lo inconclusa que se hallaba una de mis propuestas. “¿Vas a patentar una historia sin final?” Ante tal embestida de sensatez hube de aceptar que para una de ambas ficciones no tenía, ¡sigo sin tener un final!. No obstante esto, quisiera compartirla, tal y como la escribí 13 años ha.

(“Quiero ahora escribirlo todo, y si no me proporcionase yo a mí mismo ésta ocupación, me moriría de tristeza. Todas éstas pretéritas impresiones me ponen a veces en trance de pasión de tortura. Bajo los puntos de la pluma adoptarán un carácter más tranquilizador, más sereno; se harán menos semejantes a un delirio, a una pesadilla…El sólo mecanismo de la pluma es ya beneficioso: calma, enfría, despierta en mí los antigüos hábitos del literato, convierte mis evocaciones y ensueños dolorosos en un trabajo, en una ocupación…(Cap. II)

¡Claro, no tengo pruebas! Me hacen falta documentos que no poseo…(Cap. XIII)

F. Dostoyevski

Humillados y ofendidos

…hacía tiempo que nos hostigaban. Yo había perdido mi teléfono, de modo que era M*** quien recibía el alud de llamadas y mensajes de texto. Es posible que no habiendo perdido – lo vendí – mi teléfono celular, posiblemente, ni aún así hubiese sido yo el hostigado; era ella quien les representaba una amenaza; nos conocimos y al poco tiempo, ora porque “fué amor a primera vista”, ora debido a cierta prosperidad que yo, entonces, proyectaba, misma que la hizo convivir conmigo el tiempo suficiente como para, fatalmente, verse involucrada en todo lo que, sin que lo viéramos venir, avecinábase; nos conocimos y al poco tiempo “todo se puso intenso”, empecé a pasar mucho tiempo con ella en la casa donde, entonces, vivía; les desesperaba no tener acceso a aquel espacio ¡y cómo llamaban…hostigaban!. Así fué que sucedió…, una llamada entrante a altas horas de la noche, por indignada sugerencia mía, no fué respondida y se trocó en un mensaje de voz que M*** me dió a escuchar: “M*** tráemelo… ¡devuélvemelo!” decía la voz de mi madre haciendo que se me revolviera el estómago por la brutal indignación de que se refirieran a mí como una propiedad en disputa.

Mi madre llamaba presionada por el viejo, quien, a su vez, era presionado por diversos factores. Mi abuela, en primer lugar, consideraba nuestra relación una inmoralidad insultante, por otra parte a mis padres les fué asignado un apartamento en una de los conjuntos residenciales construídos por la misión vivienda, en Caracas. A propósito de esto último, he de aclarar que la humillación, el calificativo de intrusos, nunca, desde mi infancia, nunca fué algo de lo que me viera exento. Mi abuela se quejaba y lo único de lo que yo, en la infancia, no participaba, era en lo que parecía ser una contienda únicamente librada por mis padres, quienes, como a una diosa pagana, rendían a mi abuela, cada uno, el chisme que al otro pudiese dejar mal. Posteriormente descubrieron que “un muchacho trastornado” era el depositario perfecto, la mejor pantalla en que podía proyectarse todo lo que pudiera llamar la atención de “su ilustre severidad”

Es un hecho que victimizarse consta de dos polaridades: hay quien se siente víctima y se hace daño; se autodegrada contando con el sentimiento de culpa que tiene la ilusión de proyectar en quienes, precisamente por rechazarle, evitarle…también le obsesionan; proyecta una decadencia para la que ya tiene señalados “unos culpables” cuyo deber – así se lo figura - es aceptar su culpa. Es la polaridad más patética. Le viene en saga la victimización de quien se vale de ésta última para justificar su constante, victimaria iniciativa, ¡su maldad!. Dado que mi actitud de víctima, desde muy temprano, consistió en la primera de las dos anteriores – quería lucir desesperado, atrapado por la droga – para mis padres no resultó difícil hallarle a ésto la mayor utilidad. Me volví, de forma voluntaria, un miembro que, para mi familia, ni tan buena ni tan mala, ¡normal!..., me volví para ellos un miembro que debía ser amputado… incluso lo acepté. Creo que los especialistas deberían empezar a manejar el concepto de una autodegradación que podría, más tarde, no ser otra cosa que un bochornoso, subterráneo recuerdo – ante el título Memorias del subsuelo, con honestidad, esperaba una sordidez sensacionalista en la narración que al título venía en saga; tratóse, más bien, de un hombre tan incapaz de manejar el rechazo de unos conocidos que se dedicó a seguirles al establecimiento donde les arruinó la velada. Más tarde humilló a una prostituta, mas, aquello fué un reflejo, una proyección externa de lo que internamente se había hecho a sí mismo, había sido ultrajado por una suerte de sombra que desde su pensamiento, su propio sentir, pensó que un rechazo externo debía significar su propia inexistencia o lo inaceptable, asqueroso, irritante de ésta. Tratábase de un retrato del subsuelo psicológico que puede ser tan profundo y aterrador como el más lóbrego rincón de nuestra ciudad… - y quien de tal memoria se hallara embestido no podrá explicarse qué aberradas maromas hacía, entonces, su química cerebral. Deberían, los especialistas, en numerosos casos, cuidarse de la expresión: “Cuadro irreversible”. Asimismo habrá quien no tenga ni la más mínima idea de por qué hizo algo que, le guste o no, es groseramente ilegal, ¡fuera de todo contexto razonable!. Hay, también, quien recuerda en detalle las cosas que ha hecho, ¡lo dice, incluso!, mas, confunde conciencia con memoria.

Me hallo plenamente consciente de la “vergüenza ajena” que mi patética actitud desencadenó y sigue desencadenando en mi entorno, mas, la vergüenza nunca es ajena. Quien se avergüenza de lo que ve hacer al otro, en numerosos casos, digo – a nadie pretendo hacer creer que manejo alguna “verdad absoluta” – identifica en éste su propia vergüenza. Posteriormente, dado el sufrimiento que “la vergüenza ajena” le causa, pretende ser la adolorida víctima cuyo impulso destructor del origen – el otro – de su dolor, siente, con sosiego, justificado. Es mi teoría referente al odio que veo dirigirse hacia mí, tanto a donde yo mismo voy como a donde van a buscarme. Conforme más desprecio se me manifiesta, harto más seguro se estará de no compartir mi vergüenza, la cual, dicho sea de paso, ha de ser aterradora en más de un espejo que no es el mío; espejos donde, puede ser – hay que cuidarse, no siempre calificar de irreversible toda inconsciencia- puede ser que se vea con vergüenza la misma cara que se ha proyectado en palabras, acciones vergonzosas de las que no pienso ser víctima; cada quien lo será de su propio espejo, ¡lo siento!.

Por las dictaduras que vivió, los atropellos…, mi abuela es cruel, prejuiciosa, siente pánico al “qué dirán”, a “lo mal visto”. Tan mal como sabía que otros la verían, así de mala consideró la relación que M*** y yo teníamos y sintiéndose víctima de una inmoralidad que, por miedo a ser asociada (mal vista e irremisiblemente comentada) con ella, se apresuró a condenar. Sentenció que mis padres, por ser responsables de mi existencia, eran también responsables de la inmoralidad que “esa mujer” y yo estábamos cometiendo. Por ello, así como, años atrás, les asignó la ineludible tarea de encerrar su error, en este caso – consciente del obstáculo que M*** representaba para mi inmediata reclusión – instruyó que se mudaran al apartamento que el gobierno les había asignado.

No querían irse; no habían querido irse unos meses después de instalarse, como pareja, en la casa; tanto menos querrían hacerlo veintitrés años después. Aquel apartamento había sido un giro inesperado, como la jornada que el desocupado espera no encontrar cuando sale a buscarla. Habían asistido a la ceremonia de entrega de las llaves, habían trasladado nevera, cocina, etc, mas, no habitaban, no formaban parte de la comunidad. Tan solo mi padre, como si de una casa de verano se tratara, pasaba en esta los fines de semana. Es lo cierto que creían ser mis víctimas, creyéndome el causante de que no pudieran estar tranquilos en la casa que no era suya, sintieron justificada la vehemencia con que hostigaban a M***.

Volviendo a la noche de la llamada telefónica y el mensaje de voz que tanta impotencia me hizo sentir. Volviendo a ésto, pasemos a lo sucedido unas horas después, casa de mi abuela.

Había salido temprano acordando con M*** vernos ahí luego de que ella hiciera unas diligencias. Mi padre, cuando llegué, estaba sólo, al final del corredor que, desde la puerta de entrada, comprende recibo y comedor, con las puertas de las tres habitaciones alineadas al costado derecho de este espacio en que reciben a la vista un sofá, unos sillones, a continuación una biblioteca de anchas repisas de cristal haciendo las veces de tabique delimitante de recibo y comedor, la mesa rectangular circundada por seis sillas, a un costado de ésta, la ventana y la puerta, ésta última siempre cerrada que comunica con el patio lateral externo…, al otro costado del comedor un zayd boh pegado a la pared que separa la segunda de la tercera habitación. Al fondo de este corredor, cerca de la tercera puerta, estaba mi padre quien luego de verme de reojo clavó la mirada en el piso abismado en las maquinaciones que debían incluir su satisfacción “porque hubiese mordido el anzuelo”, porque hubiese salido de aquel sitio al que tanta impotencia les generaba no tener acceso. Mis gritos no se hicieron esperar, tampoco los suyos negando saber de qué le hablaba, afirmando que eso era “un delirio”, disfrutando a plenitud aquella oportunidad…,. Sucedió entonces que M*** apareciera y congelada en el umbral vió cómo mi padre clavaba su mirada llena de odio en ella en tanto yo la veía por encima del hombro. Su aparición hizo que mi padre olvidara el guión, el programa que, para sus fines, debía seguir. Empezó a increparla desde donde estaba “por ser la causante de todo esto”. Ignoro en qué momento me distraje, mas, él avanzó hacia ella increpándola y alzó de pronto ambas manos, ante lo cual, impelido por una fuerza inexplicable, de un salto me coloqué entre ambos.

• ¿Qué pensabas hacer? – le pregunté con una expresión entre desconcertada y asqueado por lo que, fugazmente, había podido discernir.

El viejo, caminando de espaldas, hacia la puerta, nos veía fijamente, abismado en la contemplación de lo que había sido un lapso en su juicio, en lo que podía ser la abominable referencia en cuya contemplación se abismaba. Pensando, pensando…, llegó a la calle.

• ¡No vas a hacerle nada a tu mamá! – exclamó a voz en cuello, de modo que cualquiera pudiese oírlo

Siendo el caso que por poco se repite lo que cierta escritora, luego de que yo se lo refiriera, tituló: El cuento premiado. Fueron, mis padres, directamente a la policía y me denunciaron – mi madre tuvo que dar fé de tal acusación – me denunciaron “por haber llegado a la casa con un palo diciendo que mataría a mi madre”. Más tarde, aquel mismo día, M*** recibiría una llamada en la que mi madre le notificaba que “ya no les importaba que estuviese ella de por medio…que la policía tenía órdenes de aprehenderme”. Tal notificación a M*** le pareció tan absurda como patético le pareció mi desvanecimiento ante lo que se apresuró a explicarme: “Cuando alguien te denuncia” empezó a decir conteniendo una risa nerviosa que más tarde se volvió llanto por verse atrapada en la trama de tan horrenda patología familiar, “Cuando alguien te denuncia debe llegarte una citación. Tú vas, va quien te denuncia y se oyen ambas partes. Nadie va, denuncia y con la denuncia dictamina la culpabilidad del denunciado que inmediatamente pasa a tener boleta de captura, ¡eso es absurdo!, ¡es facismo!, ¡es violación de derechos humanos!, no te ven como a un ser humano, eres una presa, te están cazando…¡carajo!”.

Al decir que El cuento premiado por poco se re edita, lo digo puesto que Matías, ya desde hacía tiempo embelesado por ella, por su presencia, hizo el sacrificio de hospedarme en su casa el tiempo que hizo falta para que mis padres comenzaran a inquietarse, a volver del nuevo – más prolongado – lapso que había tenido su juicio y a reflexionar acerca de una denuncia por difamación e injuria que si no me empujaba a realizar, ella misma lo haría. Presumo que, sin decirme nada, se los advirtió o alguien más lo hizo, les dijo lo que ella podía empujarme a hacer o hacerlo por su propia cuenta, en función de su propio desagravio.

En efecto, devolvieron las facturas de los recaudos que M*** ya había cancelado en el Servicio Autónomo de Propiedad para la obtención del copyright de mi libreto, ya que estas facturas, la carpeta en que se hallaban, la habíamos olvidado en la casa el mismo día del “suceso histórico”, mismas que le negaron la noche que fué a discutir los términos de “la entrega”. En arrogante actitud, en medio del lapso que su juicio sufría, la recibieron con una suerte de regaño por haber querido impedir lo inevitable

• ¡Cuidao con ésta! – exclamó mi padre - ¡Cuidao con ésta, es delatora! – Dicho ésto caminó hasta la cocina repitiendo, degustando lo que acababa de decir

Mi madre, por otro lado, con el mentón alzado y los ojos entornados, cual si viese todo desde otra altura, le dijo, cuando se las pidió, que no devolverían las facturas

• Cuando él haga su tratamiento – dijo sacará registros, hará películas… ahorita no está para eso, así como no estaba para tí, mira toda la crisis psicótica que le desencadenaste; las relaciones, para él son detonantes de crisis, está enfermo y… - en este punto alzó la voz ya que mi abuela en su habitación escuchaba todo – así tengamos que alquilar una habitación en tanto resolvemos todo ésto, lo haremos. No voy a abandonarlo … -

• ¡Y que me lo ibas a impedir! – agregó mi padre - ¡pués ahí tenemos la cuerda para amarrarlo! –

Nuevamente dió media vuelta y regresó a la cocina rumiando, extasiado, lo que acababa de decir. Finalizó con la barbaridad siguiente:

• ¡Anda por ahí con esos papeles, creyéndose una gran vaina, quiere discutir con todo el mundo… nadie lo quiere! –

• ¡Yo si lo quiero! – le atajó M*** con los ojos desbordantes de lágrimas. Esto último a mi padre hizo enarcar las cejas; no lo vió venir.

• ¡Yo lo sé, hija! – empezó a balbucear – por eso necesitamos que nos ayudes… él necesita su tratamiento, ayúdanos a ayudarlo… yo sé que tú lo quieres – concluyó esbozando una falsa sonrisa y tanto ha de haberle costado que le tembló un párpado.

Como ya he dicho, al final de aquella jornada de ilegal persecución, lo primero que hicieron fué devolver las facturas que habían retenido. Lo siguiente que hicieron lo que han estado haciendo…: guardar silencio a la espera de que les mencione algo de esto para decir que se trata de un delirio; ellos viven con eso. Y te aseguro que si les preguntas cómo lo hacen la explicación tendrá bastante sentido.

Lógicamente, yo también explico mi condición de “mantenido…indemnizado por mis enemigos”. Me lo explico a mí mismo y tras minuciosas reflexiones…)

2008

No pocas han sido las personas a quienes he dado a conocer ésta materialización de un mundo bizarro, completamente adverso a la realidad y, sin importar mi aseveración de esto último, no pocas han sido las personas escandalizadas ante la contemplación de posibilidades tales como que fuese, mi sinopsis inconclusa, un documento difamatorio para mi familia…,. Nada más lejos de ser, para mí, un riesgo; pregúntele, quienquiera que usted sea, pregúntele a cualquiera de mis ex compañeras, pregúntele si no son amigas de mis padres, de mi familia y numerosas personalidades de la comunidad en general. Pregúntele si no es a mí, de hecho, a quien no desean ver, cito: “¡Ni en pintura!”